¡Tantos peregrinos alrededor! Unos que me habrían pasado, otros a los que adelantaría en cualquier instante; los que me volvían a sobrepasar, antes desbordados; repasados de arriba a abajo, apenas sin mirarlos. Impulsos premeditados contra estrategias improvisadas; pactos para ir forzando compromisos sin refuerzos. La competencia con el resto; algo sano, algo que me entretuviese mientras tanto. A ver si atrapo a esa, que no me coja ese otro que asoma, allí atrás, sobre la loma. Viendo, comparando, midiendo; amarrando mi ritmo al de otros... esto jamás lo reconocería ni en presencia de mis abogados.
Un juego divertido, una serpiente de colores que se estira y se encoge; a las siete de la mañana, aún las distancias son nada. Una sensación extraña, aquellas experiencias casi olvidadas en las primeras jornadas, en tierras navarras; ya no recordaba lo que era habitual para la mayoría. Hasta ayer, desde entonces, me había habituado a salir siempre tarde, los últimos para ser precisos; y como el resto son madrugadores empedernidos, nos quedábamos a menudo en la estacada, perdidos por estas tierras abandonadas. De nuevo, al libre albedrío de las flechas amarillas; otro día que no he esperado para despedirlos, he vuelto a dudar un rato pero esta vez me ha resultado más grato; yo sí que me despierto temprano y esta noche ellos no dormían a mi lado.
A mi aire, necesitaba caminar sin anclajes; ayer me había propuesto lo mismo pero me arrastró su ciclón inclemente, aquella señora tan maja de cuyo nombre ya ni me acuerdo; la aventurera holandesa, ama de casa, madre, señora y profesional versada. Era alguien interesante, por ella sí que me mereció la pena acomodarme, arropado por su aliento expeditivo me sentía como un niño con zapatos recién estrenados. Hoy , sin compañía añadida... al principio la he echado de menos, la he buscado entre el resto, con la mirada perdida, pero ya había desaparecido... Fue aquel instante, fue nuestro momento... fue, y posiblemente no vuelva a ser..., pero de eso no me arrepiento.
Terradillos de los Templarios, Moratinos y San Nicolás, Sahagún el más grande, entre tantos pueblos diminutos parecía una gran ciudad; Calzada de Coto y, por fin, Bercianos, al final de esa cuesta que había para acabar, y que aunque no era empinada, terminaba por agotar. Hoy he volado, pasando pueblos de los que no me he enterado... Bercianos del Real Camino, un nombre tan singular como rimbombante, lo único en lo que he ido pensando, mi obsesión permanente hasta llegar. ¿Por qué coño se llamaría Bercianos?, lo del Real Camino lo tenía claro. ¿Por qué me habrá atraído tanto un lugar tan especial? Todo parecía normal, un lugar más, de la Palencia profunda, roja, árida; hecha de adobes, acababa de descubrirlo. No lo sé, pensaré que por algo tiene que ser.
He sentido algo en el abdomen, sin sentido; esta tabla acostumbra a estar muy dura, en pocas ocasiones había consentido mostrarse tan lasa. Me he mantenido relajado un rato largo... ¡Dios mío, que sensación tan extraña! Esa energía de la que tanto me habían hablado, de la que tanta teoría había devorado; la que con tanto denuedo persigo; la que fluye libre de cargas. Aun tenso y vigilante, me ha vuelto ha coger por sorpresa, por segunda vez... Ayer me había ocurrido lo mismo, a medida que me fui alejando de la parsimonia asfixiante de Enrique. Sin buscarlo lo he encontrado; ¡por fin, en mis manos tengo el secreto!
Un momento, dos o tres ratos; ¡”Cachis”!, se ha me ha vuelto a escapar del cesto, cuan gato de cristal perverso. Otra vez, la misma rigidez antigua, pero ya conozco el fundamento; le he visto la cara, y la recuerdo; me llevaré su retrato en la cartera: ese era mi ritmo y ese mi punto de vista del Camino. Cuando no quiso mirarme, volví a sentirme tenso, Enrique y su enfurruñamiento; y hoy por culpa de ese elemento, el tío intransigente y sus pintas extravagantes... ¿Cómo puede salir de casa con eso?, me lo ha espetado a la cara como quien pregunta una respuesta concreta, sin apenas mediar palabra: ¿te pasa algo? No es que se preocupara... ¿Qué coño iba a pasarme?, que he venido volando y he llegado, por una vez, muy temprano. Sabía que no era la hora y que el albergue se abriría a la una y media, y que eran las once pasadas... Me acomodaría a la sombra y esperaría tranquilo guardando mi lugar en la fila; y no, no necesitaría un médico que me atendiera, ni otra asistencia cualquiera...
Lo único que me hacía falta era que aquella visión horrenda, caricatura de “boy scout” impostado, aprendiz de fantoche fantasma, se retirara, de una vez por todas, de mi camino..., y hasta de mi vista.
Un juego divertido, una serpiente de colores que se estira y se encoge; a las siete de la mañana, aún las distancias son nada. Una sensación extraña, aquellas experiencias casi olvidadas en las primeras jornadas, en tierras navarras; ya no recordaba lo que era habitual para la mayoría. Hasta ayer, desde entonces, me había habituado a salir siempre tarde, los últimos para ser precisos; y como el resto son madrugadores empedernidos, nos quedábamos a menudo en la estacada, perdidos por estas tierras abandonadas. De nuevo, al libre albedrío de las flechas amarillas; otro día que no he esperado para despedirlos, he vuelto a dudar un rato pero esta vez me ha resultado más grato; yo sí que me despierto temprano y esta noche ellos no dormían a mi lado.
A mi aire, necesitaba caminar sin anclajes; ayer me había propuesto lo mismo pero me arrastró su ciclón inclemente, aquella señora tan maja de cuyo nombre ya ni me acuerdo; la aventurera holandesa, ama de casa, madre, señora y profesional versada. Era alguien interesante, por ella sí que me mereció la pena acomodarme, arropado por su aliento expeditivo me sentía como un niño con zapatos recién estrenados. Hoy , sin compañía añadida... al principio la he echado de menos, la he buscado entre el resto, con la mirada perdida, pero ya había desaparecido... Fue aquel instante, fue nuestro momento... fue, y posiblemente no vuelva a ser..., pero de eso no me arrepiento.
Terradillos de los Templarios, Moratinos y San Nicolás, Sahagún el más grande, entre tantos pueblos diminutos parecía una gran ciudad; Calzada de Coto y, por fin, Bercianos, al final de esa cuesta que había para acabar, y que aunque no era empinada, terminaba por agotar. Hoy he volado, pasando pueblos de los que no me he enterado... Bercianos del Real Camino, un nombre tan singular como rimbombante, lo único en lo que he ido pensando, mi obsesión permanente hasta llegar. ¿Por qué coño se llamaría Bercianos?, lo del Real Camino lo tenía claro. ¿Por qué me habrá atraído tanto un lugar tan especial? Todo parecía normal, un lugar más, de la Palencia profunda, roja, árida; hecha de adobes, acababa de descubrirlo. No lo sé, pensaré que por algo tiene que ser.
He sentido algo en el abdomen, sin sentido; esta tabla acostumbra a estar muy dura, en pocas ocasiones había consentido mostrarse tan lasa. Me he mantenido relajado un rato largo... ¡Dios mío, que sensación tan extraña! Esa energía de la que tanto me habían hablado, de la que tanta teoría había devorado; la que con tanto denuedo persigo; la que fluye libre de cargas. Aun tenso y vigilante, me ha vuelto ha coger por sorpresa, por segunda vez... Ayer me había ocurrido lo mismo, a medida que me fui alejando de la parsimonia asfixiante de Enrique. Sin buscarlo lo he encontrado; ¡por fin, en mis manos tengo el secreto!
Un momento, dos o tres ratos; ¡”Cachis”!, se ha me ha vuelto a escapar del cesto, cuan gato de cristal perverso. Otra vez, la misma rigidez antigua, pero ya conozco el fundamento; le he visto la cara, y la recuerdo; me llevaré su retrato en la cartera: ese era mi ritmo y ese mi punto de vista del Camino. Cuando no quiso mirarme, volví a sentirme tenso, Enrique y su enfurruñamiento; y hoy por culpa de ese elemento, el tío intransigente y sus pintas extravagantes... ¿Cómo puede salir de casa con eso?, me lo ha espetado a la cara como quien pregunta una respuesta concreta, sin apenas mediar palabra: ¿te pasa algo? No es que se preocupara... ¿Qué coño iba a pasarme?, que he venido volando y he llegado, por una vez, muy temprano. Sabía que no era la hora y que el albergue se abriría a la una y media, y que eran las once pasadas... Me acomodaría a la sombra y esperaría tranquilo guardando mi lugar en la fila; y no, no necesitaría un médico que me atendiera, ni otra asistencia cualquiera...
Lo único que me hacía falta era que aquella visión horrenda, caricatura de “boy scout” impostado, aprendiz de fantoche fantasma, se retirara, de una vez por todas, de mi camino..., y hasta de mi vista.
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