Como había llegado, como solía llegar, igual que se fue; se había ido sin avisar; Aarón, había vuelto a desparecer, otra vez. Y a cambio regresó Castel, al que aún no he logrado entender. Aún era de noche, le debería haber dejado marchar, pero no sé por qué me había ido con él, renunciando al placer...
Detrás de los destellos de las luces de los frenos y sus urgencias; y enfrentados a los deslumbramientos de parabrisas teñidos de negro. He amanecido cruzando mi mirada con las de conductores hipnotizados por el asfalto, en otra carretera más que sumar a las que Santiago me había mantenido atado durante las últimas dos semanas. Sus caras contraídas, reflejos de hombres y mujeres estreñidos, aferradas a las prisas de obligaciones cotidianas variadas... Me estaban hablando a gritos, ellos también se creían señores de sus aceleradores potentes; rugiendo a mil por hora creían amordazar las voces de sus conciencias perplejas. No tenían más remedio, no podían hacer otra cosa, tenían que llegar cuanto antes, cuando menos al próximo atasco, donde sus frustraciones encontrarían las excusas convenientes. Que la queja perpetua, que la pitada ostentosa, recayese sobre la mala sombra del de enfrente... Allí, las suyas propias estarían a cubierto y su enfado con el mundo, contra ellos confabulado, estaría justificado.
¿Por qué no se enterarían? ¿Por qué, si yo lo tenía tan claro? ¿Por qué me vería en sus arrugas reflejado? Actuando así se alejarían de su meta; a 250 kilómetros de la mía... ¡Aún Santiago de Compostela estaba mucho más cerca!. Por fin, había pasado Astorga, capital de la Maragatería y sus cocidos exquisitos... ¡Joder, allí, qué bien olía!
La Castilla árida, inhóspita y circunspecta, había preparado su despedida, ya nada sería lo mismo tras abandonar estas tierras. Se acercaba el Bierzo, y su promesa de castañas para otoño; y el verdor y los cerezos ya estarían perdiendo su flor; quizás habrían dado ya fruto. Una explosión de amarillos intensos, de aromas ácidos prestos estaban abriendo sus puertas. A lo lejos se adivinaba Galicia, y empezaba a oler a lluvia. En aquel cruce de caminos, pasado Murias de Rechivando, todo estaba cambiando; un enorme bofetón me acababa de despertar del ritmo cansino imprimido por casi quince jornadas de rectas anodinas... Cuesta menos subir pendientes tortuosas que arrastrarse por la meseta... Y eso me ponía contento.
Thomas y Jurguel, y Casel que venía a mi lado... Tres alemanes y un destino; tres alemanes, conmigo cuatro personas; cuatro mendigos del mundo plantados en aquella encrucijada, cuatro caminos unidos por otro de esos instantes furtivos. Yo también creía que todos eran iguales, cabezas cuadradas que no darían lugar a improvisaciones; pero son como los españoles, cada uno de su madre y de su padre. Thomas, que había arrancado soberbio y esquivo junto a Rainer, aquel compatriota que se había tenido que parar en Estella; entonces lo debía tener claro, no he querido preguntarle por lo sucedido, pero ahora camina tranquilo. Jurguel, que sigue con su paso machacón; ya no cojea pero sigue avanzando con tesón, concentrado en ese punto abstracto que hace tiempo había clavado en su frente, supongo que para no rendirse. Casel, con el que hoy he caminado, del cual ya estaba harto; en este cruce de caminos, por fin me he librado de él. Buen, viaje peregrino, si quieres márchate... ¡Por fin, se fue!
Y es que dicen que el Camino es hacedor de justicia. A quien lo necesita pone frenos, y al que no confía le regala unas alas de pega; todo ello de doble sentido, al libre albedrío de las piedras con las que tropiece el fugitivo. Señales discretas, deseos y ambiciones, un rastro de humillaciones; los esguinces del alma, impulsos irracionales, ampollas y heridas hacen acto de presencia por mandato divino. Miles de caminos y ritmos, tantos como personas, multiplicados por sus pasiones, por sus miedos, por tantos accidentes inconsistentes. Tres, cuatro... o mil, mis oportunidades.
Hoy quería dormir en El Ganso, otro pueblo elegido; su nombre, que me traía recuerdos extraños, evocaciones que no eran mías. Pero allí me esperaba otra trampa de la partida de cartas que con mis pasos estaba jugando el destino. Treinta kilómetros que se tendrían que prorrogar hasta casi superar los cuarenta, por segundo día consecutivo. Habían clausurado, hacía apenas unos días, el albergue parroquial que buscaba; y el otro, el privado, no me convencía. Ochenta kilómetros, en dos jornadas consecutivas, me parecían una barrera infranqueable, pero no me quedaba más remedio que llegar hasta Rabanal del Camino, acompañado por una vieja conocida que estaba presentándome su reverencia; después de tanto tiempo amenazaba de nuevo tormenta. ¿Qué le podría hacer sino adaptarme a las circunstancias?
Detrás de los destellos de las luces de los frenos y sus urgencias; y enfrentados a los deslumbramientos de parabrisas teñidos de negro. He amanecido cruzando mi mirada con las de conductores hipnotizados por el asfalto, en otra carretera más que sumar a las que Santiago me había mantenido atado durante las últimas dos semanas. Sus caras contraídas, reflejos de hombres y mujeres estreñidos, aferradas a las prisas de obligaciones cotidianas variadas... Me estaban hablando a gritos, ellos también se creían señores de sus aceleradores potentes; rugiendo a mil por hora creían amordazar las voces de sus conciencias perplejas. No tenían más remedio, no podían hacer otra cosa, tenían que llegar cuanto antes, cuando menos al próximo atasco, donde sus frustraciones encontrarían las excusas convenientes. Que la queja perpetua, que la pitada ostentosa, recayese sobre la mala sombra del de enfrente... Allí, las suyas propias estarían a cubierto y su enfado con el mundo, contra ellos confabulado, estaría justificado.
¿Por qué no se enterarían? ¿Por qué, si yo lo tenía tan claro? ¿Por qué me vería en sus arrugas reflejado? Actuando así se alejarían de su meta; a 250 kilómetros de la mía... ¡Aún Santiago de Compostela estaba mucho más cerca!. Por fin, había pasado Astorga, capital de la Maragatería y sus cocidos exquisitos... ¡Joder, allí, qué bien olía!
La Castilla árida, inhóspita y circunspecta, había preparado su despedida, ya nada sería lo mismo tras abandonar estas tierras. Se acercaba el Bierzo, y su promesa de castañas para otoño; y el verdor y los cerezos ya estarían perdiendo su flor; quizás habrían dado ya fruto. Una explosión de amarillos intensos, de aromas ácidos prestos estaban abriendo sus puertas. A lo lejos se adivinaba Galicia, y empezaba a oler a lluvia. En aquel cruce de caminos, pasado Murias de Rechivando, todo estaba cambiando; un enorme bofetón me acababa de despertar del ritmo cansino imprimido por casi quince jornadas de rectas anodinas... Cuesta menos subir pendientes tortuosas que arrastrarse por la meseta... Y eso me ponía contento.
Thomas y Jurguel, y Casel que venía a mi lado... Tres alemanes y un destino; tres alemanes, conmigo cuatro personas; cuatro mendigos del mundo plantados en aquella encrucijada, cuatro caminos unidos por otro de esos instantes furtivos. Yo también creía que todos eran iguales, cabezas cuadradas que no darían lugar a improvisaciones; pero son como los españoles, cada uno de su madre y de su padre. Thomas, que había arrancado soberbio y esquivo junto a Rainer, aquel compatriota que se había tenido que parar en Estella; entonces lo debía tener claro, no he querido preguntarle por lo sucedido, pero ahora camina tranquilo. Jurguel, que sigue con su paso machacón; ya no cojea pero sigue avanzando con tesón, concentrado en ese punto abstracto que hace tiempo había clavado en su frente, supongo que para no rendirse. Casel, con el que hoy he caminado, del cual ya estaba harto; en este cruce de caminos, por fin me he librado de él. Buen, viaje peregrino, si quieres márchate... ¡Por fin, se fue!
Y es que dicen que el Camino es hacedor de justicia. A quien lo necesita pone frenos, y al que no confía le regala unas alas de pega; todo ello de doble sentido, al libre albedrío de las piedras con las que tropiece el fugitivo. Señales discretas, deseos y ambiciones, un rastro de humillaciones; los esguinces del alma, impulsos irracionales, ampollas y heridas hacen acto de presencia por mandato divino. Miles de caminos y ritmos, tantos como personas, multiplicados por sus pasiones, por sus miedos, por tantos accidentes inconsistentes. Tres, cuatro... o mil, mis oportunidades.
Hoy quería dormir en El Ganso, otro pueblo elegido; su nombre, que me traía recuerdos extraños, evocaciones que no eran mías. Pero allí me esperaba otra trampa de la partida de cartas que con mis pasos estaba jugando el destino. Treinta kilómetros que se tendrían que prorrogar hasta casi superar los cuarenta, por segundo día consecutivo. Habían clausurado, hacía apenas unos días, el albergue parroquial que buscaba; y el otro, el privado, no me convencía. Ochenta kilómetros, en dos jornadas consecutivas, me parecían una barrera infranqueable, pero no me quedaba más remedio que llegar hasta Rabanal del Camino, acompañado por una vieja conocida que estaba presentándome su reverencia; después de tanto tiempo amenazaba de nuevo tormenta. ¿Qué le podría hacer sino adaptarme a las circunstancias?
Ya vas llegando al Bierzo, tierra de transición entre lo árido de Castilla y lo agreste de Galicia. Tienes razón Galicia siempre huele a lluvia, y a flores y a viento.
ResponderEliminarBuen camino berciano.
Un abrazo.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarLas llanuras de Castilla... (Castilla, dura de andar)
ResponderEliminarDe entrañable belleza. Nos muestra horizontes muy lejanos, nos permite divisar pueblos y ciudades a mucha distancia, admirar enormes espacios de cielo, ver una tormenta-completa, o varias a la vez..., el arco Iris casi en círculo..., las extensas puestas de sol... Sin esta Castilla-plana, vestida con los colores propios de las estaciones naturales...
¿Apreciaíamos tanto los paisajes verdes y accidentados, los árboles, las cordilleras, los lagos...?
Espero no resultar pesada, a estas alturas aún no he resuelto las dudas a las que me refería hace unos días.
ResponderEliminarPosiblemente existe mucha información en la red acerca de este tema; en cualquier caso me gustaría conocer la opinión de alguien que como tú ha llevado a cabo esta experiencia.
Mi pregunta es simple: ¿cuál es realmente el motivo de esta peregrinación?
Me resisto a creer que se esté basada solamente en una experiencia sacrificada y/o místico-religiosa.
Con anterioridad a la llegada del cristianismo, ya existía esta ruta, ¿por qué se hacía? ¿por qué a Santiago y no a Córdoba o Huelva? ¿cuál era el sentido que ofrecía el mundo pagano? y... en la actualidad, ¿no estaremos presenciando en ocasiones el resquicio romántico (en el mejor de los casos) o incluso lúdico-comercial de una organización religiosa ciertamente caduca?
Mil disculpas por mi atrevimiento.
La respuesta es complicada: no tengo ni idea de por qué se hace... Y la respuesta es a la vez muy simple: ponte unas botas, carga con tu mochila y ponte en camino... Así encontrarás la respuesta...
ResponderEliminarLee lo que escribo... lee entre líneas. No todas las cosas pueden ser explicadas y comprendidas.
Gracias.
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