Me apetece, lo deseo; aunque no debo. Las ansias me llevan a rastras. Quiero alcanzarles, cuanto antes; pero hacerlo supondría..., mejor, ni lo pienso. Caminar con mis pensamientos; con más miedos que coraje; estoy avanzando sin razón, demasiados argumentos se oponen a lo que siento. Vine para hacerlo a solas; sabía que ese tendría que ser mi sino, los caprichos del destino. Estoy harto del clima adverso, de mi perpetua impaciencia; del juego continuo que no domino; de ser un personaje anónimo entre tanto peregrino; de certificar que soy más que una marioneta manejada por las garras de tantos contratiempos.
¡Si no hubiese recibido su mensaje...!; habría tenido claro que ya me habrían olvidado, que yo también sería para ellos un accidente, dejado atrás igual que les había alcanzado, de repente, sin pena ni gloria, indiferente. Mis compañeros avanzaban delante, y decían que me echaban de menos; ellos dormirán en Belorado, mi meta para hoy yo la había fijado en Grañón... Veinte kilómetros parecían demasiados; menos de veinte no son tantos; ¿estaría a mi alcance?, me iba a costar atraparlos, yo ya llegaba destrozado. Derrotado, más que el estado físico se había resentido el aliento; me faltaba alimento.
El cielo parecía enfadado conmigo, no entendía su fundamento?; vestido de negro enlutado, no se había cansado en toda la jornada de arrojar sus rugidos felinos contra mi avatar desbaratado; antecedidos por unos rayos divinos, relámpagos que jugaban con el horizonte y con mi calma. Han compuesto su réquien funeral; parecieran velar a un muerto, sé que deseaban calar mi esqueleto rendido por su empeño, lo iban a lograr. Y no es que me diera miedo, sabía que iba a acabar empapado, más temprano que tarde; lo que me estaba minando la moral era que estuviese esperando al último instante,; ¿por qué no habría descargado la tormenta sobre mí mucho antes?.
Desde Santo Domingo, por carretera, no habría más de dos kilómetros; así me ha parecido ver anunciado en aquel cartel; aunque desde aquel recodo del recorrido no se apreciara bien. Por el Camino más de seis, seis y medio según mi guía; no lo entiendo, ¿para qué tantos rodeos?. Ni una iglesia, ni un monumento, ni siquiera un cementerio que justificara prolongar el itinerario; ¿acaso serían gilipollas aquellos peregrinos de leyenda?. Han tenido que ser alucinaciones, tenía que estar equivocado el letrero; aunque ya llevara un par de kilómetros recorridos cuando lo oteé, por carretera no sumarían más de cuatro, como mucho... mucho menos. ¡No lo comprendo!.
Estaba descubriendo las saetas juguetonas de Santiago, me había salido caprichoso el Mayor de los apóstoles que compartían nombre; en estas mis tierras riojanas, que lo fueran también de aquel Domingo despreciado por los constructores de antaño. Yo tampoco me lo merecía; ¿por qué no se guardaría sus bromas, el Santo travieso, para otro idiota?. Un día entero abandonado, aislado del mundo y sus gentes. Hasta Santo Domingo no he visto a nadie. Los fines de semana Santo Domingo está atestado de turistas, por eso mismo he pasado de largo, sin apenas visitarlo. Aunque parezca contradictorio me ha incomodado verme rodeado por la muchedumbre; me molestaba, no lo he soportado.
Grañón, un pueblo fantasma; el rincón anhelado se estaba revelando esquivo; se resistía a ser conquistado. Se escabullía tras las laderas para, cuando ya me temía extraviado, alzarse orgulloso sobre las espigas. Una tortura continua, por enésima vez sufrida; con la miel en los labios..., ¡no era la miel para la boca del asno!. Esa senda me habría llevado en línea recta, en quinientos metros a lo sumo, pero la puta flecha amarilla elegía continuar retorciéndome, para disgusto de mi paciencia. Seis kilómetros, al menos; jugando al ratón y al gato. Se iba alejando el destino cuando ya lo creía en mis manos, como se escapa entres los dedos el agua, como se esfuman los espejismos cuando a ellos me aproximo.
¡Si no hubiese recibido su mensaje...!; habría tenido claro que ya me habrían olvidado, que yo también sería para ellos un accidente, dejado atrás igual que les había alcanzado, de repente, sin pena ni gloria, indiferente. Mis compañeros avanzaban delante, y decían que me echaban de menos; ellos dormirán en Belorado, mi meta para hoy yo la había fijado en Grañón... Veinte kilómetros parecían demasiados; menos de veinte no son tantos; ¿estaría a mi alcance?, me iba a costar atraparlos, yo ya llegaba destrozado. Derrotado, más que el estado físico se había resentido el aliento; me faltaba alimento.
El cielo parecía enfadado conmigo, no entendía su fundamento?; vestido de negro enlutado, no se había cansado en toda la jornada de arrojar sus rugidos felinos contra mi avatar desbaratado; antecedidos por unos rayos divinos, relámpagos que jugaban con el horizonte y con mi calma. Han compuesto su réquien funeral; parecieran velar a un muerto, sé que deseaban calar mi esqueleto rendido por su empeño, lo iban a lograr. Y no es que me diera miedo, sabía que iba a acabar empapado, más temprano que tarde; lo que me estaba minando la moral era que estuviese esperando al último instante,; ¿por qué no habría descargado la tormenta sobre mí mucho antes?.
Desde Santo Domingo, por carretera, no habría más de dos kilómetros; así me ha parecido ver anunciado en aquel cartel; aunque desde aquel recodo del recorrido no se apreciara bien. Por el Camino más de seis, seis y medio según mi guía; no lo entiendo, ¿para qué tantos rodeos?. Ni una iglesia, ni un monumento, ni siquiera un cementerio que justificara prolongar el itinerario; ¿acaso serían gilipollas aquellos peregrinos de leyenda?. Han tenido que ser alucinaciones, tenía que estar equivocado el letrero; aunque ya llevara un par de kilómetros recorridos cuando lo oteé, por carretera no sumarían más de cuatro, como mucho... mucho menos. ¡No lo comprendo!.
Estaba descubriendo las saetas juguetonas de Santiago, me había salido caprichoso el Mayor de los apóstoles que compartían nombre; en estas mis tierras riojanas, que lo fueran también de aquel Domingo despreciado por los constructores de antaño. Yo tampoco me lo merecía; ¿por qué no se guardaría sus bromas, el Santo travieso, para otro idiota?. Un día entero abandonado, aislado del mundo y sus gentes. Hasta Santo Domingo no he visto a nadie. Los fines de semana Santo Domingo está atestado de turistas, por eso mismo he pasado de largo, sin apenas visitarlo. Aunque parezca contradictorio me ha incomodado verme rodeado por la muchedumbre; me molestaba, no lo he soportado.
Grañón, un pueblo fantasma; el rincón anhelado se estaba revelando esquivo; se resistía a ser conquistado. Se escabullía tras las laderas para, cuando ya me temía extraviado, alzarse orgulloso sobre las espigas. Una tortura continua, por enésima vez sufrida; con la miel en los labios..., ¡no era la miel para la boca del asno!. Esa senda me habría llevado en línea recta, en quinientos metros a lo sumo, pero la puta flecha amarilla elegía continuar retorciéndome, para disgusto de mi paciencia. Seis kilómetros, al menos; jugando al ratón y al gato. Se iba alejando el destino cuando ya lo creía en mis manos, como se escapa entres los dedos el agua, como se esfuman los espejismos cuando a ellos me aproximo.
Yo me pregunto, y te pregunto? (con todo respeto) tenías en realidad ganas de llegar?
ResponderEliminarQue es lo que mas te interesaba la meta o el camino?... todos esos PARLOTEOS MENTALES QUE NOS PRODUCE EL EGO A QUE NOS CONDUCEN? quieren desviarnos? de que? o de quien?, tal vez de nosotros mismos? O ésto es una bella narración nada más (o las dos cosas)?
Espero no haberte complicado, jajaja, reflexiono sobre tu experiencia porque a mí me ocurre todo el tiempo, todavía estoy caminando!
sigo leyendo peregrino.
Son narraciones, antes experimentadas... experimentadas, incluso, con toda esa maraña de reflexiones, obsesiones... miedos y corajes.
ResponderEliminarHola peregrino te he leido en una noche pero el esfuerzo del camino, es seguir caminando.
ResponderEliminarMe ha encantado.
Un sueño a relizar y lo he sentido cerca.
sigo leyendo peregrino
Riso abrazos