domingo, 28 de febrero de 2010

SEÑALES (Décimo novena etapa)

Mucha paciencia y bastante fe; y capacidad de adaptación, también. Habría que dejarse llevar por las señales, que para eso las enviaría Santiago a sus fieles de la forma más natural; escuchar el mensaje que el trueno me trajese, y caminar hacia donde apuntase el dedo del rayo veloz debía ser mi misión. A mí las tormentas me mojaban, y poco más; para no equivocarme, mejor seguía las costumbres establecidas, que para algo debían estar.

Una de ellas decía que había que llevar a la Cruz de Ferro una piedra recogida en cualquier tramo del recorrido anterior. Según la tradición, cada peregrino tendría que dejar una, que para él fuera singular, en el punto más alto del Camino Francés. A menos de 20 kilómetros de ese lugar yo no había encontrado la mía; ninguna había llamado mi atención...; porque mi atención tuvo otras preocupaciones más urgentes que atender. ¿En el último tramo, tal vez?, dedicaría los seis kilómetros que separaban El Ganso y Rabanal a buscar con denuedo inusitado mi talismán. Todas me parecían buenas, todas eran especiales; pero todas eran demasiadas, y no necesitaba más que una; no era capaz de escoger. Me he vuelto a agotar, creo que de tanto pensar, no sé qué hacer... Reencuentros y despedidas, ¿elegidos o fortuitos? No sé cuando se me ha olvidado, ya no buscaba; quizás, después.

Aquí, el tiempo avanza tan lento, como cuando era un niño y un minuto parecía un día entero; como si hubiera sido peregrino toda la vida, pero toda la vida habría estado huyendo. Algo así creo que quiso comunicarnos la monja que se había dirigido a nosotros en “La Bendición del Peregrino”, en la misa que nos regalaron “Las Carbajalas” en el albergue de León. Según ella, todos los que estábamos allí, escuchando su sermón, habíamos respondido a una llamada que habría parado nuestro reloj... ¿Que llamada sería esa que no recordaba yo? El reencuentro con Aarón... me había devuelto anécdotas pasadas en su ausencia, y me mantenían lejos de la realidad; caminando por caminar. Haber perdido tan pronto su rastro, otra vez, estaba sembrando más preguntas de las que era capaz de recoger. No necesitaba tenerlo siempre pegado, no me esforzaría en seguir sus pasos; tan solo un instante, y esa especie de sonrisa que dibujaba mi cara al volver a verle. ¿Y todo eso, por qué?

Llamadas, llamadas extrañas... Como la esquela de la valla que había camino de Rabanal, escrita del puño y letra de un buen amigo de uno que ya debía estar muerto. También les había unido un instante; sus dos corazones se habían hecho uno en el albergue de Logroño, un rato había sido suficiente. La casualidad o el destino, parecía una señal; de nuevo me había hecho un guiño el azar, no lo dejaría pasar; Logroño es el punto del Camino de Santiago más cercano al pueblo donde resido, por eso me he parado a leer el escrito completo; por si tuviera algo que contarme. El peregrino le daba las gracias a un hospitalero que le había animado cuando su hazaña amenazaba morirse de inanición; llegar desde Roncesvalles hasta Santiago en once días no era tontería. A casi 70 kilómetros por día..., le faltaba alimento espiritual; gracias a la ayuda de un buen samaritano había logrado superar la depresión.

Al enterarse de las dificultades por la que estaba pasando su mentor quiso publicar su aliento para, entre todos, darle una fuerza superior. Un cáncer, a los pocos días del encuentro y despedida que relataba, la resignación. Hoy es día tres de Junio de 2009, el escrito creo recordar que databa del 2007. Las más de cien cruces de madera que rodeaban a la esquela, no anticipaban otro desenlace que no fuese el peor.

Cruces de madera, como aquellas que llegando a Navarrete se multiplicaban en cantidades y modas; pasados seis o siete kilómetros de Logroño, al lado del Parque de la Grajera; allí me había encontrado las primeras. Una valla entera crucificada; un kilómetro, al menos, que soportaba miles de ellas. Dos palos cruzados; dos troncos, dos ramas, un par de flores, dos cordones de zapatos; de todas las formas y estilos, escorzos imposibles o vainicas dobles y simples... ¿Quién habría sido el primero? ¿Tal vez, el hospitalero generoso?, ¿o, acaso, el peregrino agradecido?; los dos al cruzarse sus vidas. Debe hacer muchos años de aquello. Sea quien fuera, anónimo; como desconocidos serían el resto de los mas de mil siguientes. Símbolos esparcidos, dispuestos con mimo, en rincones escogidos al azar, en el lugar oportuno para abrir otras puertas que... No sé, al abrirlas, ¿dónde me transportarán?

Pensando en esas cosas y en nada más; confundido por la naturaleza en mi deambular por regiones del más allá... Cuando ya habían empezado a hablarme las flores, amarillas y lilas; ya no me esforzaba en escuchar. Flanqueado por el bosque a mi derecha, y el campo abierto a mi izquierda, me han entrado unas ganas irresistibles de mear; lo siento, no me he podido aguantar. Brillaba bajo los rayos del sol, húmedecida por la orina que la estaba regando me ha dedicado su sonrisa dorada; aun mojada la he tenido que coger, no lo evitaría; otra llamada, una señal, ¡ahí está...! Lo he tenido claro, esa sería la piedra escogida, la que plantaría en la montonera de más de un millón que me habían dicho que había a 1.500 metros de altura.

La roca que no deja de rotar, y que a veces se queda quieta, sin respirar; todo estaría en su sitio, aun completamente revuelto; ¿aferrado al desarraigo?; Aarón y el caos... ¿Por qué estoy mezclando todo esto? Una meada, y un rayo de sol empapado en urea. ¡Qué señal tan sin sustancia! ¡Pura casualidad!. ¿Cuál sería mi piedra, de verdad?

1 comentario:

  1. Ayer estuve viendo un programa en TVE sobre el Camino de Compostela, me acordé de vos, mostraban los paradores y la simbología, con el juego de la Oca!

    Te sigo leyendo entre Destellos!

    Abrazos peregrino.

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