martes, 23 de febrero de 2010

POR SI ACASO (Décimo séptima etapa)

Una mochila pesada..., mi casa reducida a la capacidad de lo que mis rodillas permitan; cuánto menos, más. De la mía, aún quitaría unas cuantas cosas; muchas cosas prescindibles, en realidad pesos muertos de las que no soy capaz de desprenderme, por si acaso... Por si acaso, arrastro una esterilla que aún no he utilizado y que sé, a ciencia cierta, que no la voy a utilizar; en realidad, sé que no dormiré a la intemperie, como tenía pensado cuando la compré. No sería mal techo una noche estrellada, pero me da pereza. Esta noche, otra almohada improvisada, en una habitación prestada volverá a ocupará su lugar. Incomodidades, incertidumbres, y tantas dudas... Mañana lo pienso, mejor.

El día posterior, y muchos días después. Hacer planes..., ¿para qué?; tener objetivos, metas y propiedades por doquier; porque un patrimonio hay que tener. Quise por anticipado, antes de necesitarlo, porque alguien me lo había enseñado, porque alguien dijo que era requisito “sine qua non” para considerarse tal, cualquier ser humano. También, porque se me había advertido: “tienes que tenerlo, por si acaso...”; por lo que pueda acontecer, por tanto. ¿Y si no pasase nada qué?

Por si acaso, lo único que no hacía escalas era el tiempo... Y seguía pasando por delante de mi cara de tonto, petrificada como aquella peana que decía el hospitalero de Mansilla de las Mulas que seguiría amarrando a Santiago, por los siglos de los siglos... Que así sea, por lo tanto; mis rodillas y mis pensamientos lloraban por tantas oportunidades desperdiciadas. Había soñado con todo esto, con estar disfrutando este momento, y recorrer estos lugares; y sufrir dolores si fuera necesario... Durante doce años me había ido convenciendo, tirita socorrida para aquellos casos: “es que ahora no puedo, en algún otro momento”; lo haría, pero... ¿quién podría haber acertado cuando?... Aquella idea descabellada llevaba ya tres años durmiendo en el rincón del olvido con la intención clara de seguir así el resto de mi vida escasa. Mochilas, y multitud de cosas... Situaciones, personas, creencias, uno mismo, que lastran en exceso.

Como la catedral de Burgos y tanto ornamento ostentoso. Más que lugar de culto parecía construida para capricho de algún rico poderoso con un zurrón enorme, repleto de recursos sobrantes. La de León no era lo mismo; he leído que en algún lugar, en el espacio que ocupa su planta, hay un manantial antiguo sobre el que había levantado un menhir, o algo parecido, algún pueblo de antaño. ¡Qué hermosura!, sin florituras, simple como un boceto perfecto. Su construcción debió ser parada en muchas ocasiones, justamente por ser más urgente acabar antes la otra. Lo importante no siempre coincide con lo vehemente, parece; y parece que siempre se imponen los actores secundarios, si fueran adinerados.

Me había dado tiempo a admirarla, con Alexandra y con Ian; que parecían querer ocupar el lugar que habían dejado Ceci, Eny y Enrique. No sé si merece la pena resistirse, me está resultando tan complicado desembarazarme de la gente que quiere caminar conmigo; ¿será que son necesarios?, parece que más vale renquear por el camino correcto que volar por uno equivocado; entre tantas piedras y gente a veces uno no se da cuenta de lo importante... Y por eso mismo, ninguno de los tres, habíamos visto a Tiziana, quizás por ser tan intermitente como el Güadiana; ella y su grupo de italianos estaban allí sentados, delante de nuestras narices; derrengados por un par de errores sucesivos. Lo dicho, más de lo mismo; me han dicho que por cabezotas habían hecho más kilómetros de los debidos. Se habían desorientado y, por no darse la vuelta al darse cuenta, acumulaban ampollas y quemaduras varias; y diez kilómetros sobrantes, más o menos. La dichosa flecha amarilla y su secreto; un despiste te desvía una eternidad del sendero.

Aquel vagabundo que daba alaridos lo debía haber perdido ya hacía tiempo; no he sido capaz de entender ninguno de los rebuznos con los que me estaba increpando; y, además, su cara desencajada me ha llegado a asustar; me estaba incomodando... Creía que Ian le había gritado en su mismo idioma, he pensado que como era alemán le había comprendido, según me ha dicho no ha hecho más que ponerse a su altura para callarlo; gritar por encima. Ian, otro tipo raro que me pone a veces nervioso; habla poco, y parece mirar de soslayo; como si desconfiara...

No sé si fiarme yo de él... Por si acaso...

2 comentarios:

  1. Hola, hola, hola, vengo casi corriendo, me perdi mucho? creo que no.

    Porque estás desconfiando del pobre vagabundo?
    por si acaso... que?

    Todavía no se como has hecho todo ese camino...mas que nada mentalmente!

    Nos vemos en la próxima curva peregrino, cuídate.

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  2. ¿De qué serviría hacer camino sin la posibilidad de compartirlo? ¿De contarlo?
    Una de las mejores cosas de la vida, encontrarse a sí mismo en los demás.

    ¡Buen camino, peregrino!

    Un abrazo.

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