Ya estamos llegando... ¿y qué?; tan solo nos quedan un par de palmos y hemos vuelto a parar..., ¡otra vez!. ¿Mañana, si eso, descansamos?; mañana, por eso mismo, será igual que esta mañana, y que esta tarde, y que todos los ratos que he pasado a su lado; me agota mucho más que los hacen los kilómetros que he recorrido hasta aquí. El ritmo cansino de su cara, y recular amarrado a cada uno de sus caprichos, aferrarme a la melancolía que destilan sus pupilas; me hace daño mirarlo, me hace daño recrearme en quejarme, sufro en silencio, ¿por qué no rechisto?. Aquí sentados porque estamos cansados, porque dice que nuestras compañeras canarias llegan con retraso; porque no recuerdo hace cuanto, en los últimos veinte kilómetros, he avanzado más de quinientos metros sin mirar hacia atrás, buscando a ver dónde se ha quedado varado mi compañero de viaje...
Desde aquella recta sin fin, al final; en que he entretenido mi paso hasta pedir perdón. Una fuente, una iglesia, cualquier distracción habría servido; me he extraviado, una y otra vez, para evitar encontrar el camino. No quería, pero tenía que hacerlo; me habría sentado mal haber continuado, aunque ninguno de ellos hubiese reparado en mis necesidades, aunque la ira me invadiese por continuar siguiendo sus pasos. Me he desinflado al llegar a Castrojeriz, me había sentido culpable; ¿qué le iba a hacer?, yo no soy así, y con ello tengo que convivir.
Un minuto, dos y tres, sin enterarme; quería creer. Habría transcurrido una hora o más, recorriendo cada minuto la saeta del reloj que desde aquella torre se ha ido clavando en mi pecho, sin contemplación. Todos los que había ido dejando atrás en mi carrera anterior me han adelantando parsimoniosos, como si se rieran de mí. Los he visto pasar por delante de mis narices... a todos, y yo allí, sentado y pasmado, haciéndome el tonto; fingiendo disfrutar de mi refrigerio preferido, allí con las manos vacías, mirando como embobado aquellas esculturas que no hacían sino escupirme muchas mentiras. Me he quedado, esperando no sé a quién; ¿por cortesía o por miedo, otra vez?; por el qué dirían después. A poco que se hubieran esforzado tendrían que haber llegado; hora y media después, no sabía que pensar; haciendo cábalas sin razonar si estaba haciendo bien, o estaba haciéndolo tan mal.
Caminando, para recuperarme del paripé, arrastrando los pies que hacía dos horas se deslizaban como si bailasen ballet; hacia aquella cuesta descomunal... ¿quién se podría haber imaginado tal pendiente entre tanta llanura y cereal? Un kilómetro de desnivel, empedrado, rocas sueltas y el polvo cabalgando sobre el viento; adivinaba entre la bruma, a lo lejos, siluetas errantes que deambulaban hacia arriba, rayando el horizonte. A las doce, bajo un sol de justicia... ¡gracias a aquel viento que ha estado soplando, no nos ha consumido en su hoguera!; menos mal, que nos vigila desde lo más alto el mediodía, nos ha perdonado la vida; si no, yo también me habría congelado. Nada, que entre todos aquellos fantasmas que me iban frunciendo la mirada no había forma de encontrar a los míos; se habían esfumado como por arte de magia.
¡Cómo lo estoy sintiendo!, que me devuelvan al mago; me arrepiento de lo reprochado. ¿Qué sería lo que tanto había cambiado?, no había ocurrido nada; sentía su presencia cerca. Allí estaba, al final del descenso; abajo acurrucado en sus faldas, un trantrán hacia el que cuanto más me acercaba más lejano lo quería. Enrique ya no es lo que era, si me hubiese juntado a aquel trío raro; hoy no tendría que haber sido, quizás en otro momento; porque esta etapa también la tengo que acabar a él pegado.
Desde aquella recta sin fin, al final; en que he entretenido mi paso hasta pedir perdón. Una fuente, una iglesia, cualquier distracción habría servido; me he extraviado, una y otra vez, para evitar encontrar el camino. No quería, pero tenía que hacerlo; me habría sentado mal haber continuado, aunque ninguno de ellos hubiese reparado en mis necesidades, aunque la ira me invadiese por continuar siguiendo sus pasos. Me he desinflado al llegar a Castrojeriz, me había sentido culpable; ¿qué le iba a hacer?, yo no soy así, y con ello tengo que convivir.
Un minuto, dos y tres, sin enterarme; quería creer. Habría transcurrido una hora o más, recorriendo cada minuto la saeta del reloj que desde aquella torre se ha ido clavando en mi pecho, sin contemplación. Todos los que había ido dejando atrás en mi carrera anterior me han adelantando parsimoniosos, como si se rieran de mí. Los he visto pasar por delante de mis narices... a todos, y yo allí, sentado y pasmado, haciéndome el tonto; fingiendo disfrutar de mi refrigerio preferido, allí con las manos vacías, mirando como embobado aquellas esculturas que no hacían sino escupirme muchas mentiras. Me he quedado, esperando no sé a quién; ¿por cortesía o por miedo, otra vez?; por el qué dirían después. A poco que se hubieran esforzado tendrían que haber llegado; hora y media después, no sabía que pensar; haciendo cábalas sin razonar si estaba haciendo bien, o estaba haciéndolo tan mal.
Caminando, para recuperarme del paripé, arrastrando los pies que hacía dos horas se deslizaban como si bailasen ballet; hacia aquella cuesta descomunal... ¿quién se podría haber imaginado tal pendiente entre tanta llanura y cereal? Un kilómetro de desnivel, empedrado, rocas sueltas y el polvo cabalgando sobre el viento; adivinaba entre la bruma, a lo lejos, siluetas errantes que deambulaban hacia arriba, rayando el horizonte. A las doce, bajo un sol de justicia... ¡gracias a aquel viento que ha estado soplando, no nos ha consumido en su hoguera!; menos mal, que nos vigila desde lo más alto el mediodía, nos ha perdonado la vida; si no, yo también me habría congelado. Nada, que entre todos aquellos fantasmas que me iban frunciendo la mirada no había forma de encontrar a los míos; se habían esfumado como por arte de magia.
¡Cómo lo estoy sintiendo!, que me devuelvan al mago; me arrepiento de lo reprochado. ¿Qué sería lo que tanto había cambiado?, no había ocurrido nada; sentía su presencia cerca. Allí estaba, al final del descenso; abajo acurrucado en sus faldas, un trantrán hacia el que cuanto más me acercaba más lejano lo quería. Enrique ya no es lo que era, si me hubiese juntado a aquel trío raro; hoy no tendría que haber sido, quizás en otro momento; porque esta etapa también la tengo que acabar a él pegado.
De nuevo los ritmos, cada uno el suyo, aunque a veces nos guste o nos sintamos obligados a adecuarlos a otros ritmos, todo pasa factura y cuanto crecemos!
ResponderEliminar¡Cuanto aprendiste en este camino! Cada vez estoy mas decidida... lo haré.
Un abrazo.
El que dirán, siempre nos carcome...el ego...
ResponderEliminarEs cierto lo que dice Esperanza cuánto aprendiste! algún día tendrías que narrar de que se trata El Camino de Santiago de una manera sencilla, pero no ortodoxa, ( obvio que desde tu punto de vista) estaría bueno, sobre todo para los que no conocemos su historia más que por Wikipedia.
Personalmente creo que debe tener muchas connotaciones místicas y mucho aprendizaje.
Abrazos !!
Algún día... Aunque del Camino haya ya demasiado escrito... Hasta que no se recorre, y se deja ser recorrido, nada que se diga será cierto... El Camino también es todo esto que cuento, o quizás... No sea más que esto.
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