jueves, 4 de febrero de 2010

COSAS DE VALOR (Novena etapa)

Sin certezas, he dormido a pierna suelta; nada más que un rato me han permitido, los párpados, mirar aquellas huellas que no volvería a pisar. Un momento, nada más, para enfocar más allá; en lontananza encontraré el próximo mojón. He buscado otra flecha, el siguiente empujón para reforzar la determinación tomada, al menos ocho días atrás, lejos de mi pueblo, ya en Roncesvalles. Un momento, un instante; ¿un segundo?, dudo que durase demasiado la reflexión; el agotamiento de la jornada no me había concedido más licencia para pensar. Ayer no podía ser; la travesía por el desierto, aquella tormenta seca, me sumió en un sueño intenso, apenas besada la almohada confeccionada con mis ropas.

Un perfume embriagador; compañeros de quita y pon, compartiendo mantel e ilusión; los hospitaleros de Grañón, Juan y Salvador, amables, sensibles; me ofrecieron su aliento al llegar, porque sí. Jose y su bicicleta diferente; más parecía un triciclo enorme, lo mismo que una lujosa “Chopper”, pero sin motor; que tío más valiente, llevaba desde Barcelona dando pedales, durmiendo al raso, a ratos; todo un campeón. Ese chico alto, que parece de algún país anglosajón, atrancado en su paso lento; no sé si será mentiroso, la cara no le delata, pero estoy seguro que cojea; renquea al andar, no sé cuanto aguantará. La señora que nos visitó, y que tenía casa en Grañón; Juan nos la había presentado, para que formara parte del grupo; un grupo dispar que acababa de conocerse; nómadas vacilantes disfrutando de la oportunidad que ese instante nos había dado para comulgar.

Por una noche, sedientos de compartir platos y cubiertos, sobre dos tablones, para sostenernos; en unas cacerolas enormes borbotando la comida más enérgica y barata; la dieta del Camino se escribe con sopa de letras. Una guitarra y un piano, alguna voz afortunada; canciones al mismo son, en lenguas extrañas, o conocidas a medias, la mía desentonaba; y fui a misa, hacía de la última un montón, una misa en familia, en la mesa del comedor la capilla, un conjunto de amigos haciendo de la sobremesa algo más que religión. Peregrinos trashumantes, corderos del mismo pastor; al despertarme esta mañana, rodeado de colchonetas y mantas, todos se estaban desperezando a mi alrededor. Salvador nos ha despertado con una melodía suave: “¡Peregrinos..., hora de desayunar!”.

Ayer llegué, hoy me marcho; ayer fueron encuentros, hoy me he despedido. ¿El reencuentro...?, queda distante; posiblemente ni se produzca. ¿Quién sabe?, cada mañana, un nuevo comienzo, otra oportunidad de reanudar con alegría la trama. Camaradas, aliados, con repuesto; una tela de araña tejida por las circunstancias. Aquella chica rubia que se quedó en Zubiri y Tiziana, la italiana; Luis, el brasileño, y los alemanes profesionales; la pareja que, con el francés, formaba el trío que desde Zariquiegui me acompañó, tras mi bajón. También Manu, aquel valenciano que caminaba con dificultades por tierras de Estella, cuando sus pies estaban llenos de ampollas; me lo había vuelto a encontrar después, con Aarón, al salir de Nájera, y andaba igual que cuando le dolían tanto las plantas. Aarón se me perdió, de él me escapé; ya le debía pesar el alma, mucho antes de tener malheridos los pies; quizás, por eso... tal vez. Tuve que abandonarle, no aguantaba su deambular perezoso sin razón, su exigencia continua de atención me despidió.

Y muchos otros que no han vuelto a aparecer, no sé si regresarán; pero seguirán viajando conmigo, en mi mochila, en ese compartimento en el que guardo todo aquello que no son “cosas de valor”.

1 comentario:

  1. Todos los "encuentros" son especiales y no casuales." Dime donde guardas las cosas de valor? y que valor le das a las cosas?"

    sigo caminando peregrino.

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