Desde Hontanas, no podía parar, una fuerza extraña me atraía hacia ese lugar, desde el interior hacia el más allá; la próxima vez me tengo que alojar allí. Milagrosamente conseguí sobreponerme a la zozobra que arrastraba desde el día anterior. Me había embargado esa sensación..., no me resulta extraña; nada especial. Una calma singular, un fervor espectacular, la Energía me ha llevado en volandas, sin esfuerzo; sin temor. Avanzando, corriendo, volando diría yo; sobre mis alas sin motor, no he necesitado mirar atrás; me he sentido Dios, nada me iba a derrotar; ni todas las huestes del infierno encabezadas por Satanás.
¿Demasiado rápido...?, quizás; ¿le estaría sentando mal?, no tendría por qué, no le estaba atacando a él. Enrique había decidido aislarse en el noticiero cotidiano de su radio receptor, el noticiero cotidiano que no había perdonado jamás, cada mañana al comenzar; cada mañana, gustase o no... Si no le agradase mi osadía no me habría de importar. Y Ceci y Eny, hacía tiempo que habían elegido quedarse atrás sin pensar en nadie más; en el bar del pueblo de partida tomando el café, no eran capaces de empezar sin su gasolina particular; a mí hoy no me apetecía esperar. Ya no he vuelto a pensar... Han ido cayendo los metros, y cada grupo de mil los kilómetros, la distancia que crecía entre ambos me estaba sentando bien. Fue una especie de liberación, ¿ese pequeño resquemor?; luego pararía, tal vez; más tarde..., más tarde..., después.
Al final de una recta interminable, pero ni siquiera me ha molestado que el trayecto fuera embreado, me gustan los caminos enarenados; un instante, breve espasmo; allí en el fondo, esperaba, en un recodo, cuan fantasma engalanado con sus harapos más preciados... Era una construcción rara, un arco de piedra esbelto se había tragado el asfalto; del convento de San Antón y su aroma especial, ese hueco era la puerta. Del avituallamiento que fue, de enfermos vagabundos y moribundos; y la resurrección milagrosa de casos perdidos. El misterio de aquel agente letal, que igual que mataba sin piedad, redimía de sufrimientos proporcionando borracheras sin igual. El cornezuelo, ese hongo antiguo del trigo, protagonista por estas tierras de tantos dimes y diretes, de tantas leyendas agresivas; representación clara y concisa de la lucha entre el bien y el mal reunido en unas ruinas majestuosas que no pasaban desapercibidas, porque sí.
Uno de esos lugares que me han sentado muy bien. Igual que la otra vez, impregnado del ambiente, he presentido desde lejos tras la quiebra peor, la mejor recuperación. Y al fondo Castrojeriz, con otra de esas carreteras rectas, largas, largas... Y en medio de esa carretera esos tres, dos hombres y una mujer; ¿por qué me habré fijado en ellos? Formaban un grupo peculiar, he saludado con desdén, con un poco de timidez; creo que la chica era aquella argentina que había visto por primera y única vez en el albergue de Estella, conversando con Ceci; tiene una mirada..., esa mirada me tiene algo que contar. No lo sé, me habría quedado a gusto a su lado, ellos también me parecen interesantes; ese chico moreno y tan alto, el otro con melenas y desarrapado, pero no lo he hecho. ¿Para qué? Hoy no tendría que ser.
¿Demasiado rápido...?, quizás; ¿le estaría sentando mal?, no tendría por qué, no le estaba atacando a él. Enrique había decidido aislarse en el noticiero cotidiano de su radio receptor, el noticiero cotidiano que no había perdonado jamás, cada mañana al comenzar; cada mañana, gustase o no... Si no le agradase mi osadía no me habría de importar. Y Ceci y Eny, hacía tiempo que habían elegido quedarse atrás sin pensar en nadie más; en el bar del pueblo de partida tomando el café, no eran capaces de empezar sin su gasolina particular; a mí hoy no me apetecía esperar. Ya no he vuelto a pensar... Han ido cayendo los metros, y cada grupo de mil los kilómetros, la distancia que crecía entre ambos me estaba sentando bien. Fue una especie de liberación, ¿ese pequeño resquemor?; luego pararía, tal vez; más tarde..., más tarde..., después.
Al final de una recta interminable, pero ni siquiera me ha molestado que el trayecto fuera embreado, me gustan los caminos enarenados; un instante, breve espasmo; allí en el fondo, esperaba, en un recodo, cuan fantasma engalanado con sus harapos más preciados... Era una construcción rara, un arco de piedra esbelto se había tragado el asfalto; del convento de San Antón y su aroma especial, ese hueco era la puerta. Del avituallamiento que fue, de enfermos vagabundos y moribundos; y la resurrección milagrosa de casos perdidos. El misterio de aquel agente letal, que igual que mataba sin piedad, redimía de sufrimientos proporcionando borracheras sin igual. El cornezuelo, ese hongo antiguo del trigo, protagonista por estas tierras de tantos dimes y diretes, de tantas leyendas agresivas; representación clara y concisa de la lucha entre el bien y el mal reunido en unas ruinas majestuosas que no pasaban desapercibidas, porque sí.
Uno de esos lugares que me han sentado muy bien. Igual que la otra vez, impregnado del ambiente, he presentido desde lejos tras la quiebra peor, la mejor recuperación. Y al fondo Castrojeriz, con otra de esas carreteras rectas, largas, largas... Y en medio de esa carretera esos tres, dos hombres y una mujer; ¿por qué me habré fijado en ellos? Formaban un grupo peculiar, he saludado con desdén, con un poco de timidez; creo que la chica era aquella argentina que había visto por primera y única vez en el albergue de Estella, conversando con Ceci; tiene una mirada..., esa mirada me tiene algo que contar. No lo sé, me habría quedado a gusto a su lado, ellos también me parecen interesantes; ese chico moreno y tan alto, el otro con melenas y desarrapado, pero no lo he hecho. ¿Para qué? Hoy no tendría que ser.
Estoy rezagada..... camino un poco más y te alcanzo!!!!
ResponderEliminarAbrazos.