Me habría clavado aquella instantánea en el entrecejo... Si con ello hubiera rechazado todas esas burradas que me estaban atrapando en su tela de araña, lo habría hecho sin dudarlo. Sin argumentos, la capacidad de razonamiento me estaba fallando de nuevo, me empezaba a preocupar tanta intriga repetida... Ya estaba harto de tantos pensamientos negros, y de que no me dejara ni un respiro este camino guerrero... ¡Qué tormento! Tener que huir, otra vez, a la carrera de la calma que tanto anhelaba, y que tan caros vende sus servicios; una puta casquivana que volvía a amenazar mi destierro, si no pagara el precio... Apenas conquistada la plaza, la plaza ya había pedido la cuenta, y se estaba despidiendo.
No me importaría que me dolieran más ampollas, repetidas y de todas las formas, de tamaños variados; de las que dejan los pies en carne viva, y socavados por muchos hoyos... Si a cambio me librara de otras; quizás porque de esas no he tenido, y porque dicen que ya sería difícil que las tuviera. Aquel espejo difuso, el escaparate de aquella tienda de Viana, muy cerca de casa; y otros muchos escaparates de otros lugares remotos que me han devuelto la misma imagen... La que le pone rasgos a mi sombra: un rostro que no reconozco propio. ¿Quién sería aquel payaso barbudo que caminaba encogido bajo una mochila enorme? ¿Y cómo habría osado salir a la calle cubierto con tan extravagante sombrero?
Caminando, casi siempre, por delante; en este viaje me antecede, a menudo. Adherida a las piedras, suele retorcerse entre las hierbas, aparece y se esconde lamiendo cada árbol que deje a mi paso; le haría mil arrumacos a cada poste de la luz al que yo le hiciera ascos, por hacerme la puñeta... Se desliza flexible y grácil, repta cuan serpiente dañina siseando su susurro ininteligible. Es lo mismo, me persigue oculta tras el velo de la envidia ciega; tras aquellos nubarrones cerrados, de tempestades y tormentas, mensajeros; sutil, adversaria y compañera, ¿quién dice que es aliada?... envidia sana reconocida, falsa modestia fingida, en realidad soberbia corrompida; ¿quién no se exhibe orgulloso de su bandera? Era mentira, me faltaba valor para afrontar la competición que exigía ser el primero, en busca de la perfección... Las creencias no son buen motor, yo creía que... mejor, no creo... mucho mejor. Inyectada con destreza sibilina, por mis venas deben correr litros de avaricia enquistadas en trombos de incompetencia.
No quise percatarme de su presencia permanente; quizás si le diera la espalda pasara de largo, posiblemente si no la viera dejaría de incomodarme... Hasta que el sol no rozara la aurora, a oscuras no existiría, y no la verían mis ojos; lo mismo que en invierno, congelada por las temperaturas frías. Cada día, por estas tierras leonesas; por aquellas palentinas, navarras, burgalesas y riojanas..., la realidad se ha mostrado cruda; mi sombra, la desgracia, la muerte... No he logrado esquivarla; al despertar, a primera hora de la mañana, los primeros rayos de primavera... Lorenzo clava sus dagas incipientes, aún débiles pero certeras, recortando mi mala sombra en una tira de más del triple de mi estatura. Estampada contra el asfalto, me recuerda a aquellos molinos de viento que la locura de Don Quijote transformaba en monstruos enormes.
Cuatro rayas garabateadas hasta el infinito en una hoja de papel arrugada, el berrinche de aquel niño cabreado al que se le habría negado su capricho. Un borrón emborronado, una masa tiznada de gris ceniza perfectamente perfilado, tal vez por las garras de la ira... Podría ser aquel payaso del albergue de Bercianos del Real Camino; y si lo fuera quizás me mofara sin amargura; pero empiezo a sentirla mía, y por eso me callo... Por eso, y porque me apena; no es tan fácil, ni placentero reírse de la estampa de uno en pose tan grotesca... La caricatura perfecta del amo de estos pies que no tienen más remedio que arrastrarse, detrás de su mala sombra perpetua.
Una fotografía, calco perfecto de aquel momento, de muchos sentimientos revueltos; del peregrino a oscuras deslumbrado por su ceguera, de luces y sombras, de brillos y reflejos, de complejos y penumbra. De desconfianzas y alientos, un retrato que ayer había tomado Alexandra, por casualidad, para mi sorpresa; había dos siluetas largas. Monstruos, un rato en el suelo, en mi cabeza toda la mañana, toda la tarde, o el día entero.
No me importaría que me dolieran más ampollas, repetidas y de todas las formas, de tamaños variados; de las que dejan los pies en carne viva, y socavados por muchos hoyos... Si a cambio me librara de otras; quizás porque de esas no he tenido, y porque dicen que ya sería difícil que las tuviera. Aquel espejo difuso, el escaparate de aquella tienda de Viana, muy cerca de casa; y otros muchos escaparates de otros lugares remotos que me han devuelto la misma imagen... La que le pone rasgos a mi sombra: un rostro que no reconozco propio. ¿Quién sería aquel payaso barbudo que caminaba encogido bajo una mochila enorme? ¿Y cómo habría osado salir a la calle cubierto con tan extravagante sombrero?
Caminando, casi siempre, por delante; en este viaje me antecede, a menudo. Adherida a las piedras, suele retorcerse entre las hierbas, aparece y se esconde lamiendo cada árbol que deje a mi paso; le haría mil arrumacos a cada poste de la luz al que yo le hiciera ascos, por hacerme la puñeta... Se desliza flexible y grácil, repta cuan serpiente dañina siseando su susurro ininteligible. Es lo mismo, me persigue oculta tras el velo de la envidia ciega; tras aquellos nubarrones cerrados, de tempestades y tormentas, mensajeros; sutil, adversaria y compañera, ¿quién dice que es aliada?... envidia sana reconocida, falsa modestia fingida, en realidad soberbia corrompida; ¿quién no se exhibe orgulloso de su bandera? Era mentira, me faltaba valor para afrontar la competición que exigía ser el primero, en busca de la perfección... Las creencias no son buen motor, yo creía que... mejor, no creo... mucho mejor. Inyectada con destreza sibilina, por mis venas deben correr litros de avaricia enquistadas en trombos de incompetencia.
No quise percatarme de su presencia permanente; quizás si le diera la espalda pasara de largo, posiblemente si no la viera dejaría de incomodarme... Hasta que el sol no rozara la aurora, a oscuras no existiría, y no la verían mis ojos; lo mismo que en invierno, congelada por las temperaturas frías. Cada día, por estas tierras leonesas; por aquellas palentinas, navarras, burgalesas y riojanas..., la realidad se ha mostrado cruda; mi sombra, la desgracia, la muerte... No he logrado esquivarla; al despertar, a primera hora de la mañana, los primeros rayos de primavera... Lorenzo clava sus dagas incipientes, aún débiles pero certeras, recortando mi mala sombra en una tira de más del triple de mi estatura. Estampada contra el asfalto, me recuerda a aquellos molinos de viento que la locura de Don Quijote transformaba en monstruos enormes.
Cuatro rayas garabateadas hasta el infinito en una hoja de papel arrugada, el berrinche de aquel niño cabreado al que se le habría negado su capricho. Un borrón emborronado, una masa tiznada de gris ceniza perfectamente perfilado, tal vez por las garras de la ira... Podría ser aquel payaso del albergue de Bercianos del Real Camino; y si lo fuera quizás me mofara sin amargura; pero empiezo a sentirla mía, y por eso me callo... Por eso, y porque me apena; no es tan fácil, ni placentero reírse de la estampa de uno en pose tan grotesca... La caricatura perfecta del amo de estos pies que no tienen más remedio que arrastrarse, detrás de su mala sombra perpetua.
Una fotografía, calco perfecto de aquel momento, de muchos sentimientos revueltos; del peregrino a oscuras deslumbrado por su ceguera, de luces y sombras, de brillos y reflejos, de complejos y penumbra. De desconfianzas y alientos, un retrato que ayer había tomado Alexandra, por casualidad, para mi sorpresa; había dos siluetas largas. Monstruos, un rato en el suelo, en mi cabeza toda la mañana, toda la tarde, o el día entero.
Un día preguntaste: ¿Quién te enseñó a no gustarte? Apenas habíamos cruzado dos frases y ya te habías dado cuenta de eso, ahora entiendo que lo habías sufrido en propia carne, y de qué manera¡¡.
ResponderEliminarAprendemos con dolor, el dolor productivo del crecimiento interior, que desemboca en la aceptación.
Con el corazón encogido, te deseo buen camino y buena jornada , peregrino.
No te rindas.../No te rindas, aún estás a/tiempo/de alcanzar y comenzar de/nuevo/aceptar tus sombras,/enterrar tus miedos,/liberar el lastre,/retomar el vuelo./No te rindas que la vida/es eso/continuar el viaje,/perseguir tus sueños,/destrabar el tiempo,/correr los escombros/y destapar el cielo//Porque la vida es tuya/y tuyo también el deseo/Aunque el frío queme/aunque muerda el miedo... >> (es más largo) Autor: MARIO BENEDETTI
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