Y él, y las chicas; y los tres, a su ritmo, para mí, infernal; iban minando mi alegría inicial, el coraje y la determinación rendidos al encanto de un fuerza de atracción extraña. Desencantado, no quería esperar pero no podía marchar, no era capaz. ¿No quería?... No, no lo sé; Tierras de Campos, lo sé muy bien.
Otra recta, lindando con la carretera; muchos coches pasando veloces a mi lado... más de seis kilómetros muy planos, seguidos por otros tantos... Postes kilométricos que me van avisando, puntualmente, de cada kilómetro que voy rebasando; un martirio comedido que no he podido pasar por alto. Uno, dos, tres..., treinta y cuatro, treinta y cinco, treinta y seis..., ciento ocho, ciento nueve..., mil siete... Mil trescientos treinta y tres. He contado mil trescientos treinta y tres pasos, ni uno más ni uno menos, entre cada dos postes; mil trescientos treinta y tres pasos me caben en un kilómetro. Un océano de silencio, y el susurro de trigales mecidos por el viento. Y sus olas, espiga adentro, deshaciéndose de los pensamientos, de cualquier argumento; por estos lares huye la razón hacia lugares lúgubres, profundos; muy hondo, allí dónde no encuentran cobijo los mimos, ni los caprichos chantajistas..., ni los parlamentos charlatanes.
Manos duras y curtidas, las emociones encalladas en pasiones antiguas y sentimientos oblicuos. Deseos abortados por más miedos que atentados; o, por eso mismo, reforzados..., más que lo que quiero, lo que quiero que no acontezca. Pueblos pequeños; recuperados en vacaciones por los nietos de aquellos abuelos que trabajaron sin descanso, de luz a luz, en el campo. Pueblos derruidos, parajes abandonados sembrados de las piedras de esas casas destrozadas. Llanuras inmensas, sin fronteras, sin barreras; aún verdes, deshilachando apenas ocres; kilómetros y kilómetros de hastío que recorren esos postes kilométricos que pesan como losas en el alma.
Mortecina, mortificándome con sorna..., despacio, muerte lenta con espantos; me había dado alas a ratos, y originado el posterior descalabro. Chanzas y acechanzas; del camino, revueltas y recovecos... Cuando creo, que todo va bien, me achanta cualquier tontería; y cuando todo pinta fatal, me enfundo el traje de super héroe para, inmune, sobreponerme a la catástrofe. No sé a que atenerme, no acabo de enterarme... ¿Cómo no comprender su comportamiento?, el retraimiento perpetuo de estas gentes; no debe apetecer salir de casa con esta climatología, siempre adversa: frío gélido en invierno, calor tórrido en verano. Entre tanto, otoños y primaveras mudas, no queda tiempo, ni espacio; son grandes desconocidas por estas tierras. Ya sólo quedan cinco jornadas para fermentar más obsesiones contrariadas. ¿Cuándo, Dios mío, acabara Castilla y sus grandes avenidas áridas, frías?
Ya me decía mi abuela, oriunda de unas tierras vecinas, que hasta el cuarenta de mayo no me quitara el sayo; yo no entendía nada, ningún mes tenía tantos días y yo no utilizaba faldas. Me ha costado más de treinta años comprender aquel mensaje tan tonto; si le sumo diez días a mayo me planto a en la primera semana de junio, poco más o menos por estas fechas. Qué buenos consejos acostumbraba a darme “la Teodora” y que poca atención les rendía; al fin y al cabo, no era más que una vieja chocha que no decía más que tonterías; ¡jolines, cómo la quería! ¡Qué buena maestra es, por cierto, la experiencia! Y es que esto es un juego de locos, menos mal que las nubes no han hecho acto de presencia, y ha calentado un sol de justicia. Ayer, hoy y el día anterior..., sin él, además de hastiados, habría acabado congelado por ese viento que no sé de dónde viene, y que poco me importa su procedencia; es gélido como un cuchillo afilado. Aunque sean finales de mayo, y a ratos parezca julio o agosto, hace aún mucho frío en Castilla.
Pero, por otro lado, si no fuese por este viento, gélido, afilado, asesino, en vez de ateridos habríamos llegado abrasados; deshidratados y sin un gramo de sudor de reserva. Dos adversarios crueles, entre ellos y contra mi fuerza; mis temidos enemigos y yo, tres aliados del camino, si no se hubiesen ejecutado fieros... Gracias Señor por la travesura gloriosa, contradicciones de esta tierra... ¡Qué siga esta tortura castellana todo el tiempo que esta Castilla quiera!
Escogí viajar solo para que nadie me espera y, sobre todo, para no tener que adaptar mi paso a otro; porque suelo reincidir en el mismo error, por no imponerme termino tragando; y eso me hace daño. Pero viene bien también tener con quien compartir alegrías y repartir penas; no olvidaré todos esos buenos ratos que estamos pasando; nada de esto les desacredita como compañeros extraordinarios. No es por ellos, es por mí, por supuesto.
Otra recta, lindando con la carretera; muchos coches pasando veloces a mi lado... más de seis kilómetros muy planos, seguidos por otros tantos... Postes kilométricos que me van avisando, puntualmente, de cada kilómetro que voy rebasando; un martirio comedido que no he podido pasar por alto. Uno, dos, tres..., treinta y cuatro, treinta y cinco, treinta y seis..., ciento ocho, ciento nueve..., mil siete... Mil trescientos treinta y tres. He contado mil trescientos treinta y tres pasos, ni uno más ni uno menos, entre cada dos postes; mil trescientos treinta y tres pasos me caben en un kilómetro. Un océano de silencio, y el susurro de trigales mecidos por el viento. Y sus olas, espiga adentro, deshaciéndose de los pensamientos, de cualquier argumento; por estos lares huye la razón hacia lugares lúgubres, profundos; muy hondo, allí dónde no encuentran cobijo los mimos, ni los caprichos chantajistas..., ni los parlamentos charlatanes.
Manos duras y curtidas, las emociones encalladas en pasiones antiguas y sentimientos oblicuos. Deseos abortados por más miedos que atentados; o, por eso mismo, reforzados..., más que lo que quiero, lo que quiero que no acontezca. Pueblos pequeños; recuperados en vacaciones por los nietos de aquellos abuelos que trabajaron sin descanso, de luz a luz, en el campo. Pueblos derruidos, parajes abandonados sembrados de las piedras de esas casas destrozadas. Llanuras inmensas, sin fronteras, sin barreras; aún verdes, deshilachando apenas ocres; kilómetros y kilómetros de hastío que recorren esos postes kilométricos que pesan como losas en el alma.
Mortecina, mortificándome con sorna..., despacio, muerte lenta con espantos; me había dado alas a ratos, y originado el posterior descalabro. Chanzas y acechanzas; del camino, revueltas y recovecos... Cuando creo, que todo va bien, me achanta cualquier tontería; y cuando todo pinta fatal, me enfundo el traje de super héroe para, inmune, sobreponerme a la catástrofe. No sé a que atenerme, no acabo de enterarme... ¿Cómo no comprender su comportamiento?, el retraimiento perpetuo de estas gentes; no debe apetecer salir de casa con esta climatología, siempre adversa: frío gélido en invierno, calor tórrido en verano. Entre tanto, otoños y primaveras mudas, no queda tiempo, ni espacio; son grandes desconocidas por estas tierras. Ya sólo quedan cinco jornadas para fermentar más obsesiones contrariadas. ¿Cuándo, Dios mío, acabara Castilla y sus grandes avenidas áridas, frías?
Ya me decía mi abuela, oriunda de unas tierras vecinas, que hasta el cuarenta de mayo no me quitara el sayo; yo no entendía nada, ningún mes tenía tantos días y yo no utilizaba faldas. Me ha costado más de treinta años comprender aquel mensaje tan tonto; si le sumo diez días a mayo me planto a en la primera semana de junio, poco más o menos por estas fechas. Qué buenos consejos acostumbraba a darme “la Teodora” y que poca atención les rendía; al fin y al cabo, no era más que una vieja chocha que no decía más que tonterías; ¡jolines, cómo la quería! ¡Qué buena maestra es, por cierto, la experiencia! Y es que esto es un juego de locos, menos mal que las nubes no han hecho acto de presencia, y ha calentado un sol de justicia. Ayer, hoy y el día anterior..., sin él, además de hastiados, habría acabado congelado por ese viento que no sé de dónde viene, y que poco me importa su procedencia; es gélido como un cuchillo afilado. Aunque sean finales de mayo, y a ratos parezca julio o agosto, hace aún mucho frío en Castilla.
Pero, por otro lado, si no fuese por este viento, gélido, afilado, asesino, en vez de ateridos habríamos llegado abrasados; deshidratados y sin un gramo de sudor de reserva. Dos adversarios crueles, entre ellos y contra mi fuerza; mis temidos enemigos y yo, tres aliados del camino, si no se hubiesen ejecutado fieros... Gracias Señor por la travesura gloriosa, contradicciones de esta tierra... ¡Qué siga esta tortura castellana todo el tiempo que esta Castilla quiera!
Escogí viajar solo para que nadie me espera y, sobre todo, para no tener que adaptar mi paso a otro; porque suelo reincidir en el mismo error, por no imponerme termino tragando; y eso me hace daño. Pero viene bien también tener con quien compartir alegrías y repartir penas; no olvidaré todos esos buenos ratos que estamos pasando; nada de esto les desacredita como compañeros extraordinarios. No es por ellos, es por mí, por supuesto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario