Quería dormir en Bercianos, como quise hacerlo en Grañón y lo habría hecho en Tosantos, de no habérmelo impedido las circunstancias; las mismas circunstancias habían estado a punto de repetir la desgracia. Por un momento lo había tenido claro, ante aquella estampa inicial de aprendiz de dictador cabreado; al fin y al cabo, había llegado temprano y El Burgo Ranero, estaba allí al lado. Pero no podía hacerlo; para una vez que había logrado convencer a Enrique y a las chicas de que se salieran de su itinerario perfectamente planeado..., no iba a fallarles marchándome. Habría aguantado como, y lo que fuera.
Por cierto, al final no llegaron, me había preocupado, había estado preguntando a todos los que pasaron y se quedaron; pendiente de ellos toda la tarde para nada, no sé cuando pasaron de largo... ¿Acaso se habrían quedado atrás?. Seguramente estarían enfadados, llegué a sentirme culpable, avergonzado; abandonado... Aunque me gustara caminar a solas, también me apetecía encontrarme con ellos en los albergues, para compartir la tarde conversando, para cenar juntos, para no perder el contacto.
De nuevo en marcha, tras esperar pacientemente el toque de Diana. En los albergues parroquiales, por respeto al descanso de todos, nadie se levanta antes de la hora marcada: las siete y media de la mañana..., el desayuno a partir de las ocho, y después el donativo. Los recién conocidos; Ian, el alemán educado y Alexandra, esa italiana delgadita con la que llevaba coincidiendo tres días, sin haber cruzado palabra; el grupo de Tiziana, mi italiana perdida, y conocedora de plantas favorita, recuperada; después de tanto tiempo me había reencontrado con ella. Jurguel, el chico rubio al que no le había abandonado aún su cojera. Y algún otro que ya no recuerdo. Todos a una, cada uno a lo suyo; como yo, pensando pensamientos en blanco. Tercer día en solitario... ¿O eran cuatro?. He perdido la cuenta... Amordazado.
El silencio se había hecho compañero, fundidos ambos con el camino polvoriento; sintiendo el calor ardiente saliendo ya por Oriente; porque se había retirado el viento del norte, y sin el todo se tornaba agobiante. Mientras tanto, en mi cabeza, su voz grave repetía lo que ayer me dijo que había imaginado; cada peregrino como una luz intensa; una vela, una bombilla, un instante brillante, como cada piedra que de la Gran Muralla china se pueda ver desde el firmamento. En la ruta Jacobea, decía ese sacerdote, habría muchas más de éstas, de esas, de aquellas; una por cada uno de los que la recorriéramos, una por cada uno de los que no se movieran de su casa. Entre todos, juntos, iluminaríamos el Camino y al mismísimo Santiago, siendo Santiago nuestro foco... Esto no lo he llegado a comprender... ¿seríamos, entonces, Santiago también nosotros?
Hacía tiempo que no iba a la iglesia, pero su misa me dejó satisfecho, de verdad me había sentido en comunión, reconciliado con todos aquellos desconocidos que me miraban a la cara. En inglés y en un francés que apenas logré entender; también hicieron una petición en alemán, de la que aún me enteré menos..., pero, no sé por qué, yo estuve pidiendo, sospecho, lo mismo que él, lo mismo que ellos, igual que los tres. No había ido a la capilla más que para curiosear, y me habían sorprendido allí; no me supe negar. Como la de Tosantos, improvisada en una habitación cualquiera, presidida por un altar sobre libros, fijo; rezamos, tal vez meditásemos en grupo. Pedimos a Dios, cada cual a su Señor, cada cual por sí y por todos los demás. Fue un acto sencillo en el que el cura no parecía tal, era uno más. Se me escaparon las lágrimas, y vi a a otros que aceptaban emocionados el sino, una sensación placentera me sobrecogió. Aún la llevo conmigo.
Un momento!, no puedo ni quiero seguir revisando más allá del minuto presente, del paso que esté dando entonces. Escuchando mi ritmo, para recordar lo que había sentido; para aún llegando muy tarde, haber llegado a tiempo. Ni más rápido, ni más despacio, corriendo y parando, el instante perenne. ¡Qué mala suerte! Ceci, su hilo de voz endeble me ha contestado desde el albergue; ¡qué mal pensado he sido!, ¿ves como estoy más guapo callado? Había sufrido una indisposición, vómitos y diarreas le han dejado para el arrastre; habían decidido, ayer por la tarde, acercarse en tren a León; pensaron que allí estaría mejor atendida. Pobrecilla, ya van dos... Y dicen que no hay dos sin tres.
Por cierto, al final no llegaron, me había preocupado, había estado preguntando a todos los que pasaron y se quedaron; pendiente de ellos toda la tarde para nada, no sé cuando pasaron de largo... ¿Acaso se habrían quedado atrás?. Seguramente estarían enfadados, llegué a sentirme culpable, avergonzado; abandonado... Aunque me gustara caminar a solas, también me apetecía encontrarme con ellos en los albergues, para compartir la tarde conversando, para cenar juntos, para no perder el contacto.
De nuevo en marcha, tras esperar pacientemente el toque de Diana. En los albergues parroquiales, por respeto al descanso de todos, nadie se levanta antes de la hora marcada: las siete y media de la mañana..., el desayuno a partir de las ocho, y después el donativo. Los recién conocidos; Ian, el alemán educado y Alexandra, esa italiana delgadita con la que llevaba coincidiendo tres días, sin haber cruzado palabra; el grupo de Tiziana, mi italiana perdida, y conocedora de plantas favorita, recuperada; después de tanto tiempo me había reencontrado con ella. Jurguel, el chico rubio al que no le había abandonado aún su cojera. Y algún otro que ya no recuerdo. Todos a una, cada uno a lo suyo; como yo, pensando pensamientos en blanco. Tercer día en solitario... ¿O eran cuatro?. He perdido la cuenta... Amordazado.
El silencio se había hecho compañero, fundidos ambos con el camino polvoriento; sintiendo el calor ardiente saliendo ya por Oriente; porque se había retirado el viento del norte, y sin el todo se tornaba agobiante. Mientras tanto, en mi cabeza, su voz grave repetía lo que ayer me dijo que había imaginado; cada peregrino como una luz intensa; una vela, una bombilla, un instante brillante, como cada piedra que de la Gran Muralla china se pueda ver desde el firmamento. En la ruta Jacobea, decía ese sacerdote, habría muchas más de éstas, de esas, de aquellas; una por cada uno de los que la recorriéramos, una por cada uno de los que no se movieran de su casa. Entre todos, juntos, iluminaríamos el Camino y al mismísimo Santiago, siendo Santiago nuestro foco... Esto no lo he llegado a comprender... ¿seríamos, entonces, Santiago también nosotros?
Hacía tiempo que no iba a la iglesia, pero su misa me dejó satisfecho, de verdad me había sentido en comunión, reconciliado con todos aquellos desconocidos que me miraban a la cara. En inglés y en un francés que apenas logré entender; también hicieron una petición en alemán, de la que aún me enteré menos..., pero, no sé por qué, yo estuve pidiendo, sospecho, lo mismo que él, lo mismo que ellos, igual que los tres. No había ido a la capilla más que para curiosear, y me habían sorprendido allí; no me supe negar. Como la de Tosantos, improvisada en una habitación cualquiera, presidida por un altar sobre libros, fijo; rezamos, tal vez meditásemos en grupo. Pedimos a Dios, cada cual a su Señor, cada cual por sí y por todos los demás. Fue un acto sencillo en el que el cura no parecía tal, era uno más. Se me escaparon las lágrimas, y vi a a otros que aceptaban emocionados el sino, una sensación placentera me sobrecogió. Aún la llevo conmigo.
Un momento!, no puedo ni quiero seguir revisando más allá del minuto presente, del paso que esté dando entonces. Escuchando mi ritmo, para recordar lo que había sentido; para aún llegando muy tarde, haber llegado a tiempo. Ni más rápido, ni más despacio, corriendo y parando, el instante perenne. ¡Qué mala suerte! Ceci, su hilo de voz endeble me ha contestado desde el albergue; ¡qué mal pensado he sido!, ¿ves como estoy más guapo callado? Había sufrido una indisposición, vómitos y diarreas le han dejado para el arrastre; habían decidido, ayer por la tarde, acercarse en tren a León; pensaron que allí estaría mejor atendida. Pobrecilla, ya van dos... Y dicen que no hay dos sin tres.
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