lunes, 25 de enero de 2010

SIN BOTAS (tercera etapa)

Ha vuelto a desaparecer; iba a resultar ser una bruja de verdad. La he perdido de vista un instante y ya no estaba allí, aún no sé donde se habrá metido la italiana. Habíamos parado en la fuente de Lorca para tomar un respiro, me he quitado las botas y los calcetines para refrescarme los pies, como de costumbre; había llegado su amiga suiza enseguida y hemos estado hablando los tres. No recuerdo cuándo, ni cómo fue... Así como había llegado, así había desaparecido; sin darme cuenta, como aquí parece acontecer todo, por arte de magia.

Ha debido darme el cambiazo ese loco que ha llegado de puntillas sobre unas chancletas, unas chancletas de plástico, ni siquiera eran sandalias para ir paseando. Llevaba las botas colgadas de la mochila, balanceándose de lado a lado, mortificando su tranco, ya dificultoso. Luego me he enterado de que, obligado por las ampollas, no le había quedado más remedio; para él hacía ya un par de días que llovía sobre mojado. Bajo una grande, le había crecido otra enorme, ambas cubiertas por callos duros; desaguisado descomunal que aderezaban otras cinco, una por dedo, que, alrededor le comprimían el pie derecho hasta la extenuación; el pie izquierdo tampoco ofrecía un panorama halagüeño.

Entre los dos garantizarían un recorrido equiparable al de nuestro Señor Jesucristo el día de su Pasión. Manu, que así se llamaba el portador de tal engendro, se había tomado en serio el fundamento de la experiencia que había escogido; tendría que ser un martirio perpetuo en el que el dolor persistente eliminara, por las buenas o a la fuerza, cualquier atisbo de vanidad. Al salir de Puente la Reina no se habría planteado llegar tan lejos; el ardor insufrible de los primeros pasos no le habrían dejado programar la jornada de haberlo deseado. La compañía de Aarón y su bastón había endulzado el trance amargo; después de cada paso, otro paso sin anticipar nada más. Aarón es un chico canario que parece majo; gracias a su paciencia, la agonía se prorrogaría hasta Estella; todo un triunfo para un lisiado.

A Manu no le iba a venir mal otro apoyo, ni a Aarón alguien con quien repartir el peso. Aunque yo me fuera a quedar más cerca, y puesto que había desaparecido la italiana, he decidido tomar el papel de buen samaritano. Como mis pies seguían caminando inmaculados podía permitirme el alarde, no tanto por exceso como por defecto; no es fácil caminar muy despacio cuando uno lleva tantos kilómetros en sus piernas. Cinco kilómetros compartiendo con ellos anécdotas y experiencias divertidas me han hecho dudar al dejarlos; pero pensaba albergarme allí porque veinte kilómetros ya eran muchos. No iba a rectificar; me he despedido de ellos; si tuviésemos que volvernos a encontrar, nos encontraríamos. ¡Qué tontería!, no los alcanzaría; yo no quería avanzar.

Esas dos chicas que hacían gimnasia al lado de la iglesia han confirmado las sospechas que, tras un montón de vueltas sin respuesta, había empezado a albergar; su guía dejaba claro mi error de apreciación; mirando con más detenimiento, la mía tampoco tenía una cruz en el cuadrante en la que yo creía haberla visto; en Villatuerta no había albergue. Mis nuevas compañeras de viaje, por casualidad, si la casualidad existiera, también eran canarias, y para más señas, amigas de los dos chicos que yo había abandonado hacía un rato. He dado el tema por zanjado, lo había visto claro; a mi pesar, aquí no decidía nadie sino el mismísimo Santiago. He continuado caminando.

Y ha vuelto a aparecer, acoplado a su paso errante, ¿me esperaría arrastrando su letargo?. Aarón ya se había cansado de llevar su paso mortecino, y al recibir la carta de libertad por los servicios prestados, se había adelantado. Manu, necesitaba el último empujón; y esa parecía ser la misión que me había encomendado el Santo para la jornada. Ceci y Eny han continuado, yo me he quedado.

“¡Aguanta, que estamos llegando!”. Cada sutil movimiento un nuevo pinchazo, además de sus pies se estaba rasgando su ego; aunque serena, la cara le delataba; doscientos metros eran un mundo, medio kilómetro, para él, el Universo. Sabía que su esfuerzo estaba siendo tremendo y que el dolor le calaba los huesos; podría haber avanzado, haberme marchado, pero no he querido; he recordado la hora y media que ayer yo había pasado acurrucado, suplicando que un ángel de la guardia me acompañara... Al llegar a Estella, nos ha dado las gracias; porque sin nuestro aliento, no habría llegado ten lejos.

1 comentario:

  1. Bueno peregrino...parece que el camino te está ablandando!!!!! jajaja, sigo leyendo...

    Abrazos

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