viernes, 29 de enero de 2010

TOCAPELOTAS (Quinta etapa)

Lo sabía... He estado a punto de arrepentirme de mi desconfianza recalcitrante; me he juzgado impertinente, intransigente...; pero en esta ocasión tenía razón. Detrás de aquella sonrisa perenne no había nada, sino una lengua bífida, experta en embaucar. No era más que un falso tenderete; tantos viajes, tantos peregrinajes, tantas y tantas personas que decía conocer y que aseguraba que le conocían a él, tantas labores hospitalarias; tanto respeto que merecía entre tantos compañeros que le conocían del uno al otro confín. Además de bocazas y fanfarrón, mentiroso.

En veinticuatro horas ha transcurrido una vida entera; dos jornadas intensas, de sufrimiento y de risas; de ampollas, heridas y alegrías. Veinticuatro parecen muchas, han sido menos pero parecen tantas. La vida a cámara lenta; aquí el reloj cunde, como cuando de críos los días se hacían infinitos; el tiempo parece no avanzar, y se hace eterna la amistad. Mi grupo, mis amigos, casi hermanos, apenas hace dos días que nos conocemos; en el mejor de los casos, dos medios días largos, pero parecen tantos. Diego no podía ser uno de ellos, el iba a su rollo, a lo que le interesaba; mi grupo no se merecía su deslealtad.

Al lado de casa; aunque no quisiera depender de ella contaba con la posibilidad, la tentación ha sido intensa. Y si no hubiera cama para todos, el suelo sería suficiente; para acomodar los sacos de dormir no hacen falta ornamento. Les ofrecería mi casa, y una ducha de agua, que aunque fuera fría nos reconfortaría; un refugio para no pasar la noche a la intemperie. Al fin y al cabo, somos peregrinos; el peregrino no exige. ¿Qué pensarían si no les ofreciese mi hospitalidad?

Cuatro kilómetros, cuatro de verdad, a cuatro está mi pueblo; a estas alturas una hora más caminando no era mucho más; a punto de exponer lo que acababa de pensar; estaban enfadados y no querían escuchar; había desaparecido Aarón; ¿por qué no se callarían de una vez?, no me han dejado hablar; hasta albergaban la opción de continuar... ¡trece kilómetros más...!, tras los casi treinta que llevábamos ya bajo un calor infernal!. Necesitábamos un milagro que nos demostrase que existía Dios.

Vicente; el desconocido que nos ha recibido, poco después; otra hilera de dientes impolutos; pero su mueca era diferente, era una carcajada sincera, y es que los chinos ríen siempre. No se llamaba así, por supuesto, pero su nombre real era un jeroglífico impronunciable para el castellano decente; Vicente suena familiar, y contundente. Un tío curioso, un poco pesado, algo chulito, pagado de sí mismo; un corazón orgulloso con patas generosas. Cocinaba para nosotros, porque sí; nos han dicho los hospitaleros que un día había llegado, como llovido del cielo, cuando más lo necesitaban... y se había prestado a cocinar sin pedir emolumento a cambio; aqui todo se hace por la cara. Desde aquel día se hizo dueño de la cocina este cocinero, además de vagabundo, exquisito; también ahora que ha dejado de errar por los estercoleros. Milagro concedido, Aarón no estaba perdido.

Por fin, un albergue de verdad; aunque a mi la religión me siente mal; es un albergue parroquial, es un albergue especial al que, por desgracia, sólo le es permitido abrir sus puertas cuando el oficial da un portazo en las narices a los peregrinos que le sobran; aquí cabrían todos aunque se tuviesen que amontonar. A cambio de la voluntad, anónima y voluntaria, aunque parezca una redundancia no es tal tontería; lo he podido comprobar en más de una ocasión. Comida y desayuno incluido, todos juntos, todos lo mismo; y con el donativo que hoy hayamos ofrecido comerán, desayunarán y dormirán los que mañana vengan detrás. A cambio de alguna incomodidad; incómodo es caminar, y lo es la sinfonía fatal de ronquidos sin cesar; lo es también el crujido del compañero de litera cuando no tiene una noche discreta, literas e insomnios sin engrasar. Aquí, ese problema no es tal, una colchoneta echada al suelo no produce tal chirriar. Además, hay que colaborar; a medias cada tarea, y al remolón le toca fregar, al final. Pero... hay un ambiente singular; de este tipo de albergues, por favor Señor, que haya muchos más.

Un albergue de los de antes, en los que se respira el peregrinaje; un albergue de verdad. Si no hubiese sido porque el “tocapelotas” de Diego, al enterarse de nuestra felicidad, la ha venido a fastidiar... ¡No se puede pedir más!; ha merecido la pena todo el tránsito por todas las dificultades que nos ha ofrecido llegar tan tarde a este lugar.

2 comentarios:

  1. En algún sitio leí, tal vez en el blog de Adriana Alba (gracias amiga, por compartir tu sabiduría), que debemos tratar a las personas en relación a como deberían ser y no a como son en realidad. Es difícil, pero ahí reside la grandeza de nuestra alma. Un abrazo. Sigo leyendo atenta y aprendiendo.

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  2. Vicente.... (un jeroglífico su nombre?) y por casa como andamos?... karulkalara?... todavía no me lo he aprendido, jajaja. La tolerancia y la paciencia llegan peregrino, te lo puedo asegurar!

    Por cierto bonito sombrero! el de tu foto!

    Sigo leyendo!

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