martes, 26 de enero de 2010

UN CHICO MAJO (Cuarta etapa)

Salvo un esloveno, que de orientación no parecía saber demasiado, no nos habíamos encontrado a nadie. El pobre había hecho varios kilómetros de más por no ver aquella señal que apunto estabamos, también nosotros, de pasar de largo; menos mal que él se había equivocado antes y venía rectificando. Tal vez, fuera nuestro mensajero de la fortuna, porque nos ha dicho Javier que afortunado era el escaso cinco por ciento de peregrinos que pasaba por allí.

No lo habíamos elegido, tampoco teníamos motivos para evitarlo, pero el otro era el recorrido correcto, según apuntaban las guías en las que nos apoyábamos. Ha tenido que ser la conversación; o, tal vez, haya sido esa fuente que manaba vino gratis nada más comenzar la etapa, que nos haya nublado la visión para perdernos. Sea como fuera, se ha disipado enseguida el árido calor con el que nos ha recibido La Rioja, a punto de teñirse de amarillo; y hemos avanzado, según parece, a tontas y a locas. No sabemos cuando ha venido a desviarnos el despiste.

Lukin, según nos ha contado Javier, era el paso obligado para los peregrinos que antaño atravesaban estas tierras navarras, el camino más recto como nos ha mostrado desde lo más alto del pueblo. Sin embargo, aunque se diera un gran rodeo, Villamayor de Monjardín había sido elegido como punto de paso, supuestamente originario. Una bodega importante habría tenido algo que ver en la tergiversación de la historia a golpe de interés mercenario; desde el año 813 miles de peregrinos habrían estado errando. Nos hemos sentido dichosos por ser dos de los pocos agraciados que enderezasen el itinerario borreguil falso; no eramos como el resto que seguían la ruta oficial, aunque no genuina.

Todo esto nos ha ido relatando ese hombre con gran parsimonia, no sé si tendría algún interés especial, salvo ser un hijo de ese pueblo; pueblo, que, por cierto, no era feo. No tenía prisa y presumía de haber dado cobijo en su propia casa a quien le hiciera falta. La verdad es que este señor nos ha tratado muy bien, nos ha ganado el corazón; quizás por eso le diéramos la razón; los dos. Enrique y yo.

Los tres canarios, el chico de las ampollas y yo mismo; habíamos cenado por la noche, juntos, en el albergue de Estella. Mientras tanto, una voz se imponía sobre todas las demás. Sobre la de aquel alemán que no quise conocer en Obanos, porque no me había caido bien. Sobre la de Rainer, al que para mi sorpresa había alcanzado y sobrepasado; por fin me he enterado de que ese era el nombre de aquel alemán que había salido a la carrera de Roncesvalles para hacer más de 40 kms. de media; parecía resignado, como Manu tendría que reposar sus ampollas parado, creo que por correr demasiado; su compañero debía ir por delante, no me atreví a preguntarle. Sobre la de aquella argentina que conocía a una de mis dos compañeras de viaje recién estrenadas. Su voz destacaba en cuanto no permanecía callado; desde la otra esquina de la mesa, no recuerdo que decía de la final de la Copa de Europa y de su Barça. No se había dirigido a mí directamente pero, desde ese instante, sabía que no me iba a ser indiferente. Ese creo que es el primer recuerdo que tengo de Enrique.

Por la mañana quería haber partido con el grupo que habíamos formado, pero no había encontrado la forma. La impaciencia solía jugarme estas malas pasadas, yo ya había acabado mientras ellos apenas habían empezado su desayuno; me sentía ridículo allí, esperando pasmado; haciendo como que seguía comiendo; sobraba, todos conversaban, no tenía nada que decir; se me han hecho los minutos eternos. No sé ni como ni por qué me vi saliendo por la puerta principal, huyendo quizás; tampoco sé porque estaba colgado en el perchero el jersey que había perdido ayer. Me había dado cuenta tarde; había decidido no darme la vuelta para ir a por el. Por algún motivo extraño había sentido algo raro: la pérdida sería necesaria y no regresaría a casa sin él. Le he saludaado, por cortesía; estaba allí, al lado del perchero y mi jersey, pero apenas le conocía. Mi segundo recuerdo, le he reconocido, amigo.

Una conversación interesante; un día extraordinario el que estoy pasando. No sé si habré sido un afortunado por haber estado en Lukín, lo que sí que tengo claro es que he tenido suerte de habérmelo encontrado. El itinerario menos transitado, el que aún no esté trillado. Es lo mismo, me quedo con la relación establecida. Enrique es un chico majo y locuaz.

1 comentario:

  1. Encontraste dos cosas... el jersey y a Enrique,será tu día de "suerte"?

    Sigo leyendo Peregrino!

    Abrazos

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