martes, 16 de febrero de 2010

ASOMBRADO (Décimo cuarta etapa)

He pensado en aquellos que salieron volando, y en los que renquearon sin haber partido. En los que corriendo como gacelas, engendraron en su carrera desbocada aquellas ampollas que les atraparan en corazas de tortugas. Los que hemos sembrado de tiritas unos pies privilegiados, libres de heridas y yagas. No eran, tampoco, pocos los viejos, en apariencia endebles pellejos, que avanzaban ligeros para envidia de muchos jóvenes lerdos.

Sin parar en paradas que sugirieran otros tendría que escoger por mi cuenta las propias. Mi ritmo, mi bien preciado; esperando en mi camino, valor tan adorado como derrochado... ¡A borbotones, era un bocazas!¿Repetido, para ser convencido? Quizás lo que más me doliese de mi decisión, con nocturnidad y alevosía forzada, además de la descortesía de la que he hecho gala, fuera, justamente, no sentirme fuerte para salir de la madeja de ovillos en la que ya llevaba tantos días enredado. No iba a ser capaz, y lo sabía, de salir de aquel tremendo lío..., aferrado al grupo, al menos me habría quedado el pataleo, echar la culpa al vecino suele ser buen refugio. Se me estaba cayendo la careta, tramposo atrapado en mi propia trampa.

Tanta libertad que exigía..., tanta libertad estaba resquebrajando mis esquemas, rígidos como mi determinación presuntuosa, y el supuesto coraje; por supuesto, una y otro, hacían aguas por todos los rincones. ¿A quién querría engañarle?, estaba recorriendo el Camino Francés, y no otro, porque éste tenía barandillas a montones, era la aventura descafeinada y perfecta para cobardes con agujetas; repleta de albergues de lujo y comodidades varias; y, sobre todo, muchas muletas. Si algo saliese mal, sería fácil arrepentirse; sin correr ningún riesgo, por supuesto.

Sin haber dormido apenas, dando cabezadas a diestro y siniestro; preocupado, indispuesto, compañero de mis bolsas de ojeras. Carrión de los Condes, de noche, siguiendo bajo las farolas mi sombra; mirando hacia todos los lados, como lo hace un desconfiado que en su propia sombra jamás ha confiado... Me estaba siendo imposible reconciliarme con mi paz interna, más cuando detrás de mis pasos he escuchado otros... He mirado, por si acaso; ¿mira? otra de esas señoras viejas...

Cuerpo y mente, y su equilibrio; para que cuando uno de los dos se rinda, el otro acuda a socorrerlo; y si fuera necesario, otros compañeros que viajen cerca, frescos, por si los músculos y el cerebro propios fallasen. Todos a una, en la misma cuna. ¡Llevaba caminando tres meses!; un mes o quince días no eran nada. Ella me ha dicho que tras pasar los treinta primeros, levantarse cada día sin pensar en la meta apenas cuesta. Relataba que jamás habría imaginado programar lo acontecido, había empezado para salir al paso de otros problemas más cotidianos.

Una sensación de vacío, unas circunstancias distintas a las mías, ¿tal vez no tan fieras? Un marido extraordinario, y unos hijos crecidos, muchos años dedicados a lo que era cierto y supuesto, un desarrollo profesional estupendo, la familia perfecta. Otras cuestiones importantes parecían imponerse a lo ella llamaba ahora tonterías urgentes. Un paso, y detrás el otro; un par de días, para aclarar las ideas; tal vez una semana; a partir del primer mes su pensamiento ya no pensaba; se había limitado a continuar andando; y caminando, caminando aquí estaba, a punto de llegar a Santiago. Es curioso que tampoco eso pareciera preocuparle en exceso

Inin, que así se llamaba la dueña de los pasos que me habían atrapado, de madrugada, poco antes de salir de Carrión de los Condes; venía desde Holanda y había cruzado casi toda Francia chapurreando francés, a solas; en solitario, lloviendo y nevando; había empezado en invierno. Una peregrina interesante, de esas que sí que merece la pena. Otra compañera, una compañera distinta; una oportunidad extraordinaria de practicar inglés por la cara; en tantos días viajando con españoles no lo había necesitado y se me estaba olvidando lo poco que había recordado. ¡Curiosa la estampa de una pareja rara! Yo que me vanagloriaba de mis dos semanas gloriosas... ¡menuda proeza! Con más de sesenta años, ella llevaba tres meses y no le daba importancia...

Nos hemos despedido al llegar a Terradillos de los Templarios, para que ninguno de los dos diese la espalda a su destino; a mi no me convencía el albergue que ella había elegido, y a ella no le agradaba el que a mí me placía; cosas que tiene la vida... En un instante se ha pasado un día entero, más de nueve horas compartiendo nuestras vidas; los 17 kilómetros de infierno sin abrevaderos y mis devaneos mentales habían pasado desapercibidos...

Me he instalado en una habitación discreta, seis plazas, seis camas; a mi lado la que dos días antes había dormido debajo. Un par de horas más tarde han llegado ellos, mi ala estaba completa por eso les han colocado en otra. Con ellas no ha habido problema, él ni siquiera me ha dirigido la mirada; estaba enfadado, lo he notad. No hemos cruzado palabra. Con ella y con su historia, todas aquellas urgencias mías también han ido perdiendo importancia. Gracias Inin, amiga, por este día, por tu regalo; por el ejemplo.

Al final de día otro obsequio, mi amiga Teresa, al teléfono. Le he comentado lo acontecido en el albergue de Burgos... ¡La única iluminada! Ha respondido: ¡qué suerte, ha muerto haciendo lo que más le agradaba!

2 comentarios:

  1. Hola peregrino estoy bastante atrasada, pero he leído. Cuánto tiempo llevas ya andando?, porque me he perdido en alguna curva del camino.
    Lo que mas me agrada de tus escritos, son tus reflexiones, en ocasiones despiadadas con vos mismo, creo que esta caminata es una larga meditación? o me equivoco?

    Abrazos!

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  2. En esta etapa, catorce días... El viaje, en realidad, es una excusa para urgar en mis entrañas...

    No te equivocas.

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