domingo, 7 de febrero de 2010

BURGOS (Décima entrada)

No fuimos los únicos; no en balde, se le conoce a esa línea como la de los peregrinos; durante media hora yo también he sido uno de esos “turigrinos” que tan poco nos gustan a los que nos consideramos puros; aunque también es verdad, que no sé quién no se sentirá tal. “Turigrinos”, término, para mí, desconocido hasta que lo escuché el otro día de boca de un compañero; con él aludía, creo, a todos esos personajes que, a la carrera, o ayudados por algún medio de locomoción infiel al espíritu de sacrificio que aquí nos suele traer, devoran kilómetros y relojes para llegar al mejor hostal cuanto antes; eso, claro está, porque aún no existen paradores al precio de mendigo pobre y vagabundo.

Una caricatura penosa; a este hospitalero, de “hospitalario” sólo le ha debido quedar la etiqueta, ni siquiera una careta. Por desgracia, no todos esos afortunados hacen gala del honor que supone servir a los demás; con las estrellas parece llegar la indiferencia, rayando el desprecio... ¿Qué se habrá creído este botones cabreado?, ni siquiera le hemos exigido que nos subiera las mochilas; que ese si que habría sido buen motivo. La bronca continua en su boca, más que personas nos ha tratado como pordioseros, que también son personas por supuesto, pero de eso él no se entera. Un preso encarcelado en su jaula; la suya, inventada por sus propias pataletas; no creo que nadie le haya obligado..., por suerte, de momento, esto no es ningún empleo; ¡qué se vaya a su casa si le molestamos...!. Aquí no le necesitamos, ¡bastante jodidos venimos nosotros, que lo hacemos empapados y andando!. ¿No comprende que el peregrino llega agotado...?

Él lo ha tenido que serlo en una ocasión al menos, no dejan ejercer de hospitalero a quien no haya obtenido “la Compostela”. Debió de ser hace muchísimo tiempo, o quizás fuera uno de esos de los que liquida el certificado de peregrinaje en no más de cien kilómetros desde Sarria. Ha olvidado pronto sus rigores, las ampollas, la soledad, el cansancio; el sol tórrido y las lluvias. Albergues de lujo, sin parangón; cinco conchas, en lugar de tenedores o estrellas, para el mejor; tampoco les vendrían mal para indicar que, quizás, allí se haya hecho dejadez de calidez y generosidad. Y no es que a mí no me venga bien la comodidad, pero si tiene que ser en detrimento de la humanidad, los desprecio sin rubor. Peregrinar es otra cosa... ¿qué queda de la reflexión interior?

Hoy voy a dormir en un albergue espectacular, entre sus servicios incluye ascensor; lavadora y secadora de pago, aunque en eso no sea exclusivo ya, por tres euros incluyen lavadora hasta las pocilgas. Bien mereciera un galardón exquisito, cinco conchas serían pocas para reflejar tanta ostentación y hoy, la poca cortesía y respeto, ¿por qué no?. La tierra de mis ancestros, mis orígenes secretos; desearía encontrarme con ellos, tan escondidos entre los resquicios de la antigua Castilla la Vieja. Me congratulo por haber llegado andando al hogar de mis familiares más próximos, me han recibido con sorpresa; he llegado dando vueltas a toda una vida que habían empezado hace ya muchos años muy cerquita de donde ahora me encuentro. Algo de lo que ha sido lo he descubierto en tanto lujo y apariencia. Aquí esos turistas con botas se encontrarán en su salsa.

4 comentarios:

  1. Hola, karulkalara.

    Te estoy leyendo desde el principio y... de pronto, percibo que tengo muchas preguntas.
    Me cuestiono acerca de la osadía que pudiera resultar el plantearlas y del posible lugar adecuado para ello.


    Abrazo fuerte

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  2. Tú decides el mejor lugar para hacerlo, y si debes o no...

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  3. De lujo el albergue! Sabes que uno de mis abuelos era de Castilla la Vieja, yo no lo llegué a conocer, pues partió cuando mi madre nació, era muy guapo por las fotos que vi y muy culto según decía mi abuela... parte de mis ancestros están por allí.

    Abrazos peregrino, sigo en el camino.

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