miércoles, 10 de febrero de 2010

CONFIRMADO (Duodécima etapa)

Cualquier queja ajena enciende mi luz de alarma, aquello de lo que oyera lo tomaría como propio, sin distancia. Roja como esas cerezas que colgarán de los árboles que iremos viendo, dentro de poco, en León; amarga como el limón. Visito Tierras de Campos, en los aledaños de mi cuna de obsesiones sin conclusiones; preocupado por todo sin ocuparme de nada: “si Dios quiere, gracias a Dios, por desgracia”. La presión repetitiva en el pecho, esa que no respira, ¿será lo que pienso o serán tantos miedos?; quiero convencerme de que no es más que la angustia, mi reino por un suspiro de alivio. Por aquello que pensaba y que queda y que pienso “tranquilo, todo puede ir mucho peor, compañero”. No es más que la barriga, a la que le ha sentado mal la comida, intento convencerme... reflexiono: “¡a otro, con esas mentiras!”. La enfermedad perpetua apoyada en síntomas de otros, si de verdad fueran ciertos quien los tuviera reunidos, todos, estaría enterrado haría tiempo. No es cierto, por lo tanto, lo que debo tener enfermo, más que el cuerpo, debe ser el juicio.

Un compañero, desconocido, también peregrino; un colega; varios días de esfuerzo continuado, ¿habría ido también él distrayendo su condena, entre risas y carcajadas que sintiera extranjeras? ¿Cómo si no diluir ese nudo aferrado al corazón?. Tal vez, también sufriese algún rato de paranoia. La angustia contenida, y a flor de piel la asfixia; los latidos de mi corazón que se acelera sin medida, parece que fuera a estallar. Creo que el mío es débil, su incapacidad amenaza no mantener otro resuello más. Mejor ir despacio, por si acaso; y relajarse un rato para pasar el mal trago; respira profundo, tranquilo no pasa nada. Eso lo pienso ahora entonces no pude, estaba asustado, totalmente enfrascado en aquel feroz atasco; no había tienda, ni panadería, ni restaurante; no había farmacia, tampoco albergue, ni siquiera un “bareto” de mala muerte; no había nada, pero al menos había gente; gente que para mi desgracia habían desaparecido de las calles cuando más las necesitaba. Él, quizás, también se encontrara en el pórtico de una iglesia, al lado de otra fuente, acurrucado esperando que llegase alguien que le salvara de la zozobra que no le quisiera soltar.

¡Qué mal rollo, joder!. Le podría haber ocurrido a cualquiera; cualquiera puede estar arriesgando su vida ahora; ¿por qué no a mí?, pero... ¿y por qué a mí, siempre?; ¿seremos unos inconscientes?. Si también se lo habrían advertido sus familiares al salir: ¿qué coño se te ha perdido a ti allí?; en italiano, porque dicen que el pobre no era de aquí. Seguramente a él también lo dejase un amigo, aunque el amigo no se llamase Rubén, en una gasolinera del pueblo desde el que se aventuró. Y, según sus amigos y gente que había coincidido con él, él también era un tipo majo, de verdad, como lo soy yo. Él tenía sesenta y tantos, yo apenas cuarenta, veinte años de colchón no eran tantos.

Lo que tantas veces había perpetrado se había hecho realidad. Por fin lo había podido confirmar, y es que siempre me ocurre lo que en mi cabeza no deja de volar... acababa de probar las hieles de la muerte, como tenía que ser, aunque, por una vez, como siempre, en cabeza ajena... Ayer no pude expresarlo; preferí desterrar de mi cabeza la fatalidad, a la fuerza, caminando sin escuchar, tarareando barbaridades que me evitasen pensar. Me estaba pesando tanto, no era fácil asumirlo, me he puesto en su lugar a cada rato, pero siempre, en su lugar, estaba mi retrato. ¿Les ocurriría lo mismo a los demás?. En silencio, nos impusimos creer que por respeto a un peregrino... Un peregrino como Dios manda, de los que ni para morir osa molestar; si por el día no está bien visto gritar, ni incomodar a los demás; por la noche con mayor motivo. Ya no se volvió a despertar. El tanatorio, Pompas Fúnebres San José; anunciado en la furgoneta que esperaba al cuerpo inerte que ya no andaría más, y el coche de la municipal para poner orden en la puerta del albergue. Por miedo en realidad, al que pudieran decir, mejor todos callados para no incordiar... Se impuso la mordaza que habíamos pactado, por la mañana, al marchar.

Por fin he sido capaz, de ponerle palabras al silencio de ayer. He hablado con mi prima la de Burgos, ¡qué alivio!; confirmado, tenía setenta y tantos, el colchón se llena con diez años más de plumón; son treinta la diferencia con ese hombre que murió, ayer, por la noche. Confirmado también, le había matado un infarto fulminante, mientras dormía; no se enteró.

¡Joder, qué mal sienta morir, para los que nos quedamos aquí!

4 comentarios:

  1. Nos enseñaron a temer, temer siempre, aunque no existan razones objetivas para ello.
    "Cuando las barbas de tu vecino, veas cortar, pon las tuyas a remojar".
    De nada sirve anticiparse a lo que está por venir, más bien al contrario, quizá logremos acelerar algo, con nuestras proyecciones.
    Una etapa más del camino, tu dolor te acerca a la aceptación y la comprensión de que solo existe el momento presente.
    Te sigo, muy atenta.
    Un abrazo.

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  2. Posiblemente muchos hayamos visto la caleidoscópica imagen de la muerte en alguna de sus formas.

    Me pregunto qué ocurriría si hubiéramos crecido en otra cultura y por tanto aprehendido diferentes concepciones. Me viene a la memoria una magnífica película del realizador japonés Akira Kurosawa, "Sueños". En el último y octavo relato, "La aldea de los molinos de agua", el viajero, que también recorre un camino, asiste a una despedida mortuoria; en otras palabras, a lo que en nuestra cultura denominamos funeral. Curiosamente las connotaciones que solemos asociar a la muerte aquí se encuentran ausentes. Música, ofrenda, celebración, color, festejo… se contonean alrededor del río, observador impávido e impasible de la redondez de los molinos, agitados por el agua que fluye sin cesar.
    (fragmento de la cinta disponible en you tube).

    Realmente me cuestiono acerca de lo que ocurriría si fuéramos educados en otra cultura, en qué modo seríamos capaces de desdramatizar la muerte, incluso de si el componente trágico tuviera una función importante de la que no debiéramos prescindir.

    Muchas preguntas. Espero poder asignarles un lugar en este a veces complicado puzzle.

    .

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  3. Que es la muerte? un cambio de plano...un cambio de vivienda, un cambio de carruaje. El cochero es siempre el mismo.
    Cuando comprendemos la muerte vivimos más felices, porque entendemos que todo es efímero, todo pasa...dejamos de apegarnos a las cosas y a las personas.

    Vivir es maravilloso, el miedo nos convierte en estatuas de sal...no miremos para atrás.

    Te sigo

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  4. ¿Qué ocurriría si en vez de quedarnos paralizados por el temor a la muerte, avanzasemos hacia ella mirándola de frente; dejando de hacer tantas cosas que hacemos para olvidar que lo irremediable es irremediable?

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