miércoles, 11 de agosto de 2010

Lédigos – Bercianos del Real Camino (iv) (Diecinueve de Septiembre)

Hasta me ha causado sonrojo tener que pedirlo por favor; porque más parecía un contrato que, por obligación, estuviera cumpliendo un ente superior; en su actitud no he visto ni un atisbo de compasión. Con un escalofrío raro he entrado al comedor... La primera vez, y la segunda, y la tercera también. Soy educado, y con educación suelo pedir, pero creo que quien da tampoco la tiene que omitir. Hoy me he sentido humillado por su pose altivo y desconsiderado, en mi modesta, y hoy ofendida, opinión... Creo que me he sentido vejado por la desconfianza patente que exhibía la vigilancia permanente de esa vigilante mujer... Me he sentido, me siento, celado en este fortín, esta vez cárcel para mí... ¿Por qué no me habré vuelto a topar esta vez con el Pepe que la última vez tanto odié? Era un santo varón en comparación. Y es que hasta los acontecimientos que consideré en su momento horrendos, tarde o temprano, acabo por echarlos en falta... Tendré que aprender a agradecer, en aquel instante no lo supe hacer cuando por fin mostró el gran corazón que ocultaba en en su coraza de gélido acero. No quiero caer en la tentación de afirmar que cualquier tiempo pasado fuera mejor. Me niego, claro que no. ¿Que quizás le ocurra lo mismo a esta señora envarada que a él? Pudiera ser, tal vez...

Pero me he sentido incómodo e incomodado, me siento mal, no lo podía ni lo puedo evitar... Ni siquiera un poquito de libertad, para curarme esa ampolla que el día anterior me lo había hecho pasar tan mal... Sólo quería un poquito de intimidad, ni siquiera el aislamiento total. Sin tenerla que aguantar, ahí plantada como un pasmarote en su atalaya virginal; de pie, mirando, fingiendo quererme ayudar. Ya casi olvidado aquel dolor punzante, no requería más que, al final de cada etapa, un poquito de atención; una cura y nada más, unos masajes y el cariño solitario, entregado, de quien con determinación cada día había decidido imponer la horma de las piedras que pisaran a sus pies. Un refrescante final.

¿Un balde de agua, por favor? ¿Y un puñado de sal si pudiera ser? No creo que fuera tan inaccesible mi solicitud. No necesitaba nada más para aliviar la tensión de unas llagas que empezaban a desaparecer. Añadida a la que me producía esa señora almibarada, amarga y amargada por tan empalagosa, iba a ser misión imposible... ¡Joder! ¿Joder? Con ella enfrente ni intentarlo... ¡Condenado a la hoguera si te ve! ¡Ya estaba bien! ¡Claro que había visto el cartel! Estaba colocado en la puerta de la cocina, como la otra vez... Ya sabía que al obrador no entraban más que los hospitaleros y los que a ellos dieran permiso... Pero ya no era un novato, era un peregrino experimentado, no era la primera vez que me alojaba aquí... ¡Un respeto a las canas no me habrían venido mal! Si seguramente llevaría más kilómetros recorridos que entra las dos... Y no es que quiera juzgar sin conocer su labor, pero si hubiesen andado siquiera la mitad que yo, que cualquiera de los que hoy dormiremos aquí, no tratarían a sus compañeros peregrinos con ese trato tan reglado... ¿Verdad que no?

¡Qué no iba a entrar a robar! Que aunque ese hubiese sido mi afán en mi mochila ya no me cabría ni un tenedor más; que pesa demasiado cualquier peso extra al caminar. Ahí ha estado la doña, como si estuviera de funeral, todo el rato, interpuesta entre su tesoro y mi cara de tonto descompuesto... Entre la joya que le habían dejado en custodia y cuarenta rostros idiotas deseando ayudar... No lo ha permitido, si no fuera controlado el movimiento de cada dedo por su bastón de ordeno y mando, y acaparo la organización. Desde la última vez que había visitado esa cocina la consideraba parte de mí también; desde ahora es un grano en el culo que quiero amputar en cuanto sea posible. Mañana al partir.

3 comentarios:

  1. Siguiendo el camino contigo empiezo a sentir el dolor de las ampollas en los pies y en el corazón.
    Agua y sal... era tan fácil el remedio y tan generoso el bálsamo!
    Un beso

    ResponderEliminar
  2. Tengo la impresión de que sus ampollas son tremendas y en vez de curarlas decidió taparlas con una coraza metálica, para que nadie se las pueda pisar.Las tuyas ni mirarlas, no vaya a ser que se le parezcan.
    Me atrevo a aventurar que lograrás desarmarla, o al menos emempezar a resquebrajarse el metal.
    Abrazos Caminante.

    ResponderEliminar
  3. Las corazas pesan, y todos, y digo todos, arrastramos al menos una. Ánimo, peregrino.

    Besosssss.

    ResponderEliminar

Creative Commons License
Hacedor de Sueños by Daniel Calvo is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial 3.0 España License.