miércoles, 14 de julio de 2010

Boadilla del Camino - Carrión de los Condes (xii) (Diecisiete de Septiembre)

Ningún objeto que el sujeto no hubiera decidido por anticipado que lo fuera, sería obstáculo imposible de superar; hay para quienes el tropiezo que a otros destrozaría es reto sobre el que erigen su reino. Algo tendría que haber aprendido Fernando de todo esto, de él en concreto; no habría sentido esta noche extirpada una parte de mí, de nosotros, del conjunto que creíamos formar... ¡Si no se hubiese negado a acatar la llamada del eco de la última oportunidad! No conceder el favor de la duda a las míseras circunstancias que le estuviese tocando soportar, continuar andando sin mirar atrás, sin otear el horizonte para temer lo que allí, en lontananza, pudiera esperar. Parece que la situación de Philip fuera mucho peor, pero las apariencias engañan cuando no se tienen en cuenta todos los resortes que se esconden detrás de la parafernalia y que nos mueve a actuar a cada cual. ¿Dejar, por pereza acomodada, de obrar?

La pasión que, ya en los albores de la historia cristiana, Cristo no se negara a evitar, porque sabía que así tendría que ser, sería y fue. Aquel amago recurrente del infarto que atascara el coraje de algún que otro peregrino, acurrucado en la puerta de alguna iglesia esperando un ángel redentor. Anestesiado por la tinta del compás que había perfilado el círculo virtuoso de su ambición todo se aguantaba mejor; es más fácil ser valiente e inconformista sentado en un sofá, no conformarse con tan solo un canal de televisión, rodeado de rutinas y de comodidad. A simple vista una afición gozosa, en realidad afección penosa encerrada en la perfección... A Fernando se le había coagulado la determinación. Los artificios no dejarían de roer su realidad, llenando de huecos una existencia, en teoría, repleta. El nómada de corazón que no se atrevió a someter a la razón a unos días más de libertad, a la posibilidad de ser, por fin, feliz. Se rindió, se arrepentirá... Y muriendo, no morirá.

Morirse de una vez por todas, sin dar otro indigno tumbo más, sin medias tintas, sin tinteros que rellenar con deshechos de la humanidad. Ocurriera lo que tuviera que acontecer, hasta el descabello total. El contrapunto vital a otras historias sin punto final, lanzado sin freno hacia el suicidio sin condición. Perder la vida de una vez, tirando los dados al azar, con una valentía feroz... Ya que de su estima poco le quedara estimó que nada sería peor. El cuerpo le había puesto entre la espada y la pared, y la mente amenazaba no ser capaz de sujetarlo ni siquiera tirado en los bancos del parque aquel, mucho más. Pronto no habría habido vuelta atrás... El finiquito de una década de pesadillas no podría tener otro colofón sino otro socavón. Acabar con todo, hasta con sus señas de identificación, buscando la identidad que le había sido esquiva. Para volver a empezar con otra personalidad, la suya, la real. Aquella que a él también le robaron en la cuna en la que le acomodó, recién parido, mamá.

Arriesgó todas las posibilidades, en favor de lo imposible... está aprovechando la última alternativa, que ni siquiera era tal, no habría más. Para encontrarse con la esencia original. Lo tenía claro, para resucitar debería dejarse asesinar. Philip si que había aprendido la lección; habría que nombrarle maestro de ceremonias de nuestra comunión.

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