miércoles, 21 de julio de 2010

Carrión de los Condes - Lédigos (iii) (Dieciocho de Septiembre)

La etapa que, sin siquiera conocerla, cualquier peregrino teme; la jornada en torno a la cual se suele organizar el recorrido previo... Una leyenda negra ya se cernía sobre ella cuando me disponía a afrontarla, hace dos meses; y muchas historias oscuras siguen contándose a su alrededor hoy en día. Junio había dispuesto bajo mis huellas un infierno árido; a mediados de septiembre no debería haber sido para tanto, pero mis pies quebrados me impedían dar con confianza el salto. El desierto gélido que congelara alientos sería el mismo, hiciera calor o hiciera frío. Sin contar con que el parte meteorológico había sido de todo menos halagüeño, vaticinando temperaturas extremas en toda Castilla. Se preveía una olla a presión en la que seguirían cociéndose algo más que mis ampollas.

Recordaba diecisiete kilómetros de calzada romana jalonada por promesas sin sustancia; cada cierto tiempo volvería a recuperar de la cuneta otro espejismo incierto... La primera fuente me volvería a poner sobre la pista que se prorrogaría hasta Calzadilla de la Cueza. Manaría agua fresca de otras muchas, rotuladas todas ellas con el mismo cartel, por repetido, caricaturesco: “Agua no potable”, indicaría el texto. Todo un trayecto dudando de si la advertencia de la autoridad competente sería sincera, o si sería el seguro de vida para quitarse de encima al ayuntamiento algún que otro muerto que de estos manantiales hubiera bebido el letal veneno. Aunque no fueran a ser tan graves las consecuencias, la vez pasada no había dado ni un trago, por si acaso; mejor deshidratarse por sed que por una inoportuna cagalera. Como en esta ocasión, también preferí llevarme el agua en botella.

Bañados por el polvo seco habitual en estas tierras palentinas por estas fechas... Castilla la Vieja me preparaba para esta jornada una emboscada, si cabe, más enrevesada que la anterior, perversa; en su máxima expresión, la odisea veraniega sin toalla ni bañador... Dos litros de agua que se evaporarían como por arte de magia, dejando las bocas agrietadas y secas. Le venía al pelo el apellido al pueblo que recibiría a esta calzada estrecha que nos conduciría asados hasta las proximidades de la provincia de León. El pueblo en el que acabaría la tortura prevista; el suplicio inevitable. Calzadilla de la Cueza era su nombre. Esperaba al menos, no salir escocido de esta apuesta.

1 comentario:

  1. Un peregrinaje hacía caminos desconocidos, del interior mana una luz que sale al exterior dejando una estela iluminada, seguro que por ese desierto que se caminas descalzo y sin mochila llegaremos algún oasis imaginado, al igual que lo que queda atrás.

    Besos y amor
    je

    PD

    Gracias por tu pasao a uno de mis blog "Todo sucede a un tiempo"

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