domingo, 25 de julio de 2010

Carrión de los Condes - Lédigos (vi) (Dieciocho de Septiembre)

Se había desgarrado por las circunstancias adversas el tul natural que en la vida normal cubría la planta de mis pies... Se había quebrado, con él, el escudo artificial con el que acostumbraba a salir, aunque fuera, a tomar un café en el bar de la esquina. Me iba devorando el olor de la sangre, que volvía a notar acumulándose en el interior de la ampolla drenada por enésima vez esta mañana. No estaba preparado para soportar un porvenir poco halagüeño y eso tensaba aún más mis arrestos. Si al menos no se hubiese marchado Fernando... Le podría haber convencido para que parara a arreglar su mochila rota. Cualquier excusa me habría venido bien, cualquiera que justificara mi proceder.

No dejaba de maltratarme el orgullo que creía tener que defender. El mismo del que quise presumir sin conseguirlo; aquel por cuya falta tan mal me sentí... El ente raro en el que hasta hace nada me enredé. Ese del que, a pesar de la redundancia, me habría de sentir orgulloso... El que en mi caso nunca existió, quizás el que no percibí... Esa avaricia sutil, tan abstracta como absurda, esa ambición sin medida que me decían que, para ser un hombre de provecho, me sería necesaria. La honra infiel con cuya falta, el honor se sentiría vejado. La soberbia que disfrazada con otros ropajes humildes estaría bien considerada, la que a otros asistiera y a mí me evitara. ¿Estar orgulloso de qué y para qué? La vanidad maquillada... Recuerdo aquella falsa modestia que me impulsaba a echar por tierra todos mis logros para que otros la recogieran y me la entregaran entre halagos... ¡Qué pena me daba a mí mismo y cómo me jodía que otros por mí la sintieran! ¡Cómo me gustaba que me miraran con cara de lástima! Vil mendigo contrariado derrochando tiempo y esfuerzo entre suplicas diversas, componiendo caras compungidas para que me dierais unas pocas migajas de lo que fuera; palmaditas en la espalda que sofocaran la necesidad continua del aplauso ajeno. ¡Dios mío, cuántas oportunidades desperdiciadas de dejar de hacer el ridículo!

2 comentarios:

  1. Me descubro a menudo, viajando de la falsa modestia al ego. Confío en encontrar algún día el justo medio. Ese día no será necesario usar la palabra orgullo, la sustituiremos por humildad.
    Humildemente, con amor, gracias por ayudarme a buscarlo.

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  2. A veces, sólo a veces, nuestra alma necesita de esas palmaditas en el hombro y ni siquiera somos conscientes de que las mendigamos.
    Más tarde, forjados a hierro y fuego, nos arrepentimos de aquellos momentos desperdiciados en flaquezas.
    Sigo acompañándote en el camino.
    Un beso.

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Hacedor de Sueños by Daniel Calvo is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial 3.0 España License.