viernes, 28 de mayo de 2010

Atapuerca-Tardajos (iii) (Catorce de Septiembre)

Cordones umbilicales, por dónde viven los fetos las realidades materiales, por donde se alimentan y oxigenan los que aún no tienen la categoría de personas... Esos nueve primeros meses que no cuentan a efectos fiscales, esos nueves meses fundamentales. Once años, casi doce; menos los primeros veintiún meses, todos malgastados. Diez años tirados por el retrete, que habían pasado deprisa, que le habían arrastrado muy despacio; raudos, holgazanes, intermitentes; ahogados en el alcohol hirviendo; tal vez el único aliciente, el cordón umbilical, el sucedaneo que le había mantenido atado a la alegría, aunque fuera alegría fingida tras la que ir ahogando el llanto y rechinar de dientes continuado.

No sabe si a su regreso le estará esperando alguien, alguien para él muy importante, quizás el único motivo que le habría llevado a dar este salto al vacío. Una niña negra ligeramente teñida del color de la leche; mulata, cremosa como la combinación deliciosa que la nata hace con el chocolate. Hermosa, sugerente; en su imaginación una rosa roja, en realidad mucho mas bella... Seguramente. Cuando me ha hablado de ella no he podido por menos que mirarle de frente; desde entonces hasta pestañear me habría parecido un dislate. Para no perderme ni un detalle de los gestos que en su cara, hasta ese momento, habían sido esquivos; sus pupilas han destilado un extraño brillo, un aliño de tristeza, añoranza; paciencia, esperanza y pausa. Al hablar de su hija en sus ojos resplandecían emociones incongruentes. Alegrías y penas a una; la indiferencia que, a lo largo de estos años, había ido sembrando arrugas y el arrepentimiento que está haciendo las paces con lo de antes. El amor que ahora siente y el odio que había sentido; la rabia, y una llama contenida; el relámpago que, lanzado en picado, siembra el terror en la tierra; el asombro, el agrado para otros.

Ya casi inexistente, solamente muy de vez en cuando siente la necesidad de echar un trago, pero eso enciende en su interior la ira que le recuerda su valentía: ya no merece la pena. Que posiblemente en su tierra le esperan reunidas las mil oportunidades perdidas, en esa sonrisa que tanto anhela. Sonrisa mulata, hermosa, cremosa. Se había equivocado durante tantos años, pero por fin lo tiene claro; el cordón umbilical que le mantiene unido a su vida, en estos momentos, creo que es su niña.

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