Y aunque no hubiese mediado amago de un suicida, que de farol no fuera; y fuera, por tanto, falsa la novela del borracho fracasado, naúfrago en hemorragias procelosas provocadas por valentías siniestras... Me estaría alegrando de igual modo por tenerlo, como lo estoy sintiendo, alegre, integrado en el grupo y dicharachero.
Pero quiero, espero y deseo, que no sea otro de aquellos cuentos inventados por mis despechos. No tanto porque no quiera liberarle a él de tantísimos sufrimientos, que lo haría con mucho gusto aún teniendo que pasar por mentiroso. No tanto, tampoco, porque me guste regodearme en los duelos ajenos. Sobretodo, porque creía haberme librado de aquel defecto que tanto detesto. Estaba, estoy casi seguro, de estar en lo cierto, aunque en el fuego no pondría mi mano para defender todo esto. Porque sus historias siempre eran graciosas, curiosas, sorprendentes; porque, aunque fueran dramas, atraían la atención de las damas. Porque cuando volvía a sentirme el antagonista del ser aclamado...; arrinconado y paleto, no soportaba que a otros fueran dedicados los halagos. Porque me transformaba en una persona, odiando, odiosa que no me gustaba nada. Porque ya hacía tiempo que había aseado mi estercolero repleto de mierdas, de mentirijillas añadidas para erigirme en protagonista de las historias que no eran mías.
Sea como fuera, allí hemos acabado los cuatro, sin saber como habían acontecido los hechos. Los últimos, con gran retraso sobre el resto de peregrinos que habíamos estado alojados anoche en Tosantos. Más allá de las ocho y media de la mañana, haciendo como que nos despedíamos de Jose Luis y su ayudante, en la puerta del albergue, sin ninguna gana de marcharnos. Posando para unas fotografías que había propuesto quien menos habríamos imaginado que lo hiciera. Tiene bemoles la cosa, el que no haría ni cuarenta y ocho horas que se había sentado a mi izquierda, apesadumbrado y con cara de pena, como pidiéndonos perdón a los comensales por su existencia... Callado, amordazado por su cara de diablo asustado, en silencio...
Había sido Philip con su cámara de usar y tirar en la mano, quien había propuesto y dispuesto de buena mañana un milagro sorprendente. En una tarde, realizado; en un periquete, resuelto el entuerto... El albergue de Tosantos se había hecho enorme; para nosotros y nuestros comentarios discretos un lugar santo a la altura de Fatima, Lourdes o el Palmar de Troya. ¡En apenas dos días incompletos! El lacayo de su mirada esquiva y pensamientos contraídos, estaba contrariando felizmente nuestras miradas... La mía dirigida a ambos, las suyas intercambiadas entre tanto; las nuestras, todas danzando en un juego a tres, con trampa... Para que no las cazara el cuarto en discordia; en este caso, dichosa concordia. Fernando, Joan y yo mismo, mirabamos a Philip, alucinando. Un torbellino arrastrado por el viento huracanado, había enredado sus melenas rizadas disolviendo en un gesto travieso las bastas ojeras añejas. Sonreía, organizaba, disfruta, es persona; y su mirada se ha tornado, por arte de magia, luminosa.
Pero quiero, espero y deseo, que no sea otro de aquellos cuentos inventados por mis despechos. No tanto porque no quiera liberarle a él de tantísimos sufrimientos, que lo haría con mucho gusto aún teniendo que pasar por mentiroso. No tanto, tampoco, porque me guste regodearme en los duelos ajenos. Sobretodo, porque creía haberme librado de aquel defecto que tanto detesto. Estaba, estoy casi seguro, de estar en lo cierto, aunque en el fuego no pondría mi mano para defender todo esto. Porque sus historias siempre eran graciosas, curiosas, sorprendentes; porque, aunque fueran dramas, atraían la atención de las damas. Porque cuando volvía a sentirme el antagonista del ser aclamado...; arrinconado y paleto, no soportaba que a otros fueran dedicados los halagos. Porque me transformaba en una persona, odiando, odiosa que no me gustaba nada. Porque ya hacía tiempo que había aseado mi estercolero repleto de mierdas, de mentirijillas añadidas para erigirme en protagonista de las historias que no eran mías.
Sea como fuera, allí hemos acabado los cuatro, sin saber como habían acontecido los hechos. Los últimos, con gran retraso sobre el resto de peregrinos que habíamos estado alojados anoche en Tosantos. Más allá de las ocho y media de la mañana, haciendo como que nos despedíamos de Jose Luis y su ayudante, en la puerta del albergue, sin ninguna gana de marcharnos. Posando para unas fotografías que había propuesto quien menos habríamos imaginado que lo hiciera. Tiene bemoles la cosa, el que no haría ni cuarenta y ocho horas que se había sentado a mi izquierda, apesadumbrado y con cara de pena, como pidiéndonos perdón a los comensales por su existencia... Callado, amordazado por su cara de diablo asustado, en silencio...
Había sido Philip con su cámara de usar y tirar en la mano, quien había propuesto y dispuesto de buena mañana un milagro sorprendente. En una tarde, realizado; en un periquete, resuelto el entuerto... El albergue de Tosantos se había hecho enorme; para nosotros y nuestros comentarios discretos un lugar santo a la altura de Fatima, Lourdes o el Palmar de Troya. ¡En apenas dos días incompletos! El lacayo de su mirada esquiva y pensamientos contraídos, estaba contrariando felizmente nuestras miradas... La mía dirigida a ambos, las suyas intercambiadas entre tanto; las nuestras, todas danzando en un juego a tres, con trampa... Para que no las cazara el cuarto en discordia; en este caso, dichosa concordia. Fernando, Joan y yo mismo, mirabamos a Philip, alucinando. Un torbellino arrastrado por el viento huracanado, había enredado sus melenas rizadas disolviendo en un gesto travieso las bastas ojeras añejas. Sonreía, organizaba, disfruta, es persona; y su mirada se ha tornado, por arte de magia, luminosa.
vengo hoy en esclusiva a decirte que me encanta el modo en que escribes los comentarios,muchas gracias por tu constante visita a mi blog,un abrazo buen finde.
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