Aunque fuera a ser en día nueve, y hoy sea el día siguiente; aunque así me lo hubiera propuesto y no lo quisieran así las circunstancias. Así son las cosas; uno propone y Dios parece ser el que, al final, acaba disponiendo. ¿Qué estoy haciendo, por cierto...? Volviendo a escurrir el bulto apoyado en excusas tontas?; las circunstancias son agentes ciegos, mudos e insípidos; yo y nadie más habrá sido quien no hubo escuchado con tiento. Por algo lo habré decidido, por algo así habrá sido. Esta vez una mochila ha sido la excusa, pero podría haber sido cualquier otra. Si hubiese querido lo habría previsto con tiempo, pero en el fondo conocía el concierto, lo había dejado para el último momento... Comprar, de mis necesidades, el principal elemento; sin mi casa plegable no había cuento. Saldría el día que tuviera que hacerlo, ni antes ni después, en este instante concreto. Sería, está siendo, el día diez de septiembre del año 2009, porque así estaría escrito en el firmamento de los cielos. Y punto en boca, para que no entren más moscas.
Porque yo no sabía que me esperara a las ocho de la tarde, más puntual que de costumbre, transitando por la Plaza del Mercado. Porque allí estaba parada Marta, como si lo hubiese estado toda la vida, con una amiga, entretenida, conversando con unas cuantas conocidas. Aunque estuviera de espaldas un no sé que extraño me dijo que sus ojos azules, como siempre encendiendo fuegos, se escondían tras aquella espalda. Uno de esos encuentros imposibles que se repetían de vez en cuando, de Pascuas a Ramos; como mucho tres veces en cinco años. Uno de esos, inesperados, porque en cada despedida no habría sido intención demorarlos tanto. Por causa de la atracción subyacente que impidiera dejar de mirarla, por el calor de la hoguera que en un instante congela, por desidia, por anhelo, por olvido, por recelo; por lo que sea que aquello fuera. Creo que ella tampoco tenía ni idea de que se había tenido que parar, quisiera o no lo quisiera, a conversar con aquellas personas porque, en realidad, me estaba esperando.
Si hubiera partido el día previsto, ayer, no habría podido acudir a la cita. Se habría quebrado la primera premisa, y quizás se habrían complicado las cosas, tal vez no tenga ninguna importancia. Aunque aquí se acabase esta historia, al menos he disfrutado de su presencia, de sus ojos chisporroteantes, de su sonrisa. De su pasión recién adquirida o, al menos, de la pasión que no sabía que tenía. Yo fui ayer al Albergue de Peregrinos de Logroño para recoger la Credencial requerida para empezar hoy mi aventura, y ella me había recibido dándome la noticia. Acababa de regresar, totalmente entusiasmada, de recorrer el Camino de Santiago desde Roncesvalles hasta Santiago.
Porque yo no sabía que me esperara a las ocho de la tarde, más puntual que de costumbre, transitando por la Plaza del Mercado. Porque allí estaba parada Marta, como si lo hubiese estado toda la vida, con una amiga, entretenida, conversando con unas cuantas conocidas. Aunque estuviera de espaldas un no sé que extraño me dijo que sus ojos azules, como siempre encendiendo fuegos, se escondían tras aquella espalda. Uno de esos encuentros imposibles que se repetían de vez en cuando, de Pascuas a Ramos; como mucho tres veces en cinco años. Uno de esos, inesperados, porque en cada despedida no habría sido intención demorarlos tanto. Por causa de la atracción subyacente que impidiera dejar de mirarla, por el calor de la hoguera que en un instante congela, por desidia, por anhelo, por olvido, por recelo; por lo que sea que aquello fuera. Creo que ella tampoco tenía ni idea de que se había tenido que parar, quisiera o no lo quisiera, a conversar con aquellas personas porque, en realidad, me estaba esperando.
Si hubiera partido el día previsto, ayer, no habría podido acudir a la cita. Se habría quebrado la primera premisa, y quizás se habrían complicado las cosas, tal vez no tenga ninguna importancia. Aunque aquí se acabase esta historia, al menos he disfrutado de su presencia, de sus ojos chisporroteantes, de su sonrisa. De su pasión recién adquirida o, al menos, de la pasión que no sabía que tenía. Yo fui ayer al Albergue de Peregrinos de Logroño para recoger la Credencial requerida para empezar hoy mi aventura, y ella me había recibido dándome la noticia. Acababa de regresar, totalmente entusiasmada, de recorrer el Camino de Santiago desde Roncesvalles hasta Santiago.
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