Podría decir mejor, que me sentía Don Quijote rebajado a Sancho Panza toreado, o viceversa... Y por un puñetero mocoso. Con su cara de niño hermoso y su pelo rubio enroscado a unos tirabuzones desordenados, me miraba con cara de pasmado, como si quisiera decirme algo, sin ser capaz de atrapar ninguna palabra coherente; haciendo gestos con los ojos, arrugando, hasta dar alcance a la oreja, la comisura de sus labios, forzando escorzos con sus dedos que me ha hecho temer por sus manos. Estaba claro, desde el primer vistazo me había dado cuenta de que no hablaba castellano y de que su lugar de procedencia distaba de la Rioja algo más de cuatro leguas. Tampoco me había pasado desapercibido, y eso que no soy un tío avispado, que este muchacho no había nacido para tareas y hospitalidades varias. Y de la chica que le acompañaba se podría decir otro tanto; ni menos rubia, ni mayor, dieciochoañeros los dos; ella un pelín más alta quizás, con melena también pero con el cabello más lacio que el de él. No se enteraban de nada ninguno de los dos y, lo que era peor, no sabían cómo hacerse entender.
Aunque los hubiese repasado mil veces más, ni que hubiese quintuplicado la intensidad de la fricción con la que ya había rasgado el papel... He querido tomar la iniciativa para advertirles de que yo era un peregrino experimentado y que, quizás, podría echarles una mano; he buscado ayuda con la mirada por si alguien se prestase a sacarme, a sacarnos, a sacarles más bien, de la emboscada... Cada instante que pasaba las cosas estaban más enredadas. ¿Por qué no se enteraban de que aquellos rasgos, que a punto estuvieron de perforar también el secreter, a mí no me sonaban distinto que los signos indescifrables de los jeroglíficos de Tutancamon?
Menos mal que al final ha acudido en nuestro rescate una señora adulta que, aunque con el castellano tampoco daba una, parecía tener más tablas en eso de la gesticulación y de las relaciones humanas. He comprendido a duras penas, tras un sinfín de señales hechas a dedo, que rellenara una cuadrícula que quedaba en blanco en el estadillo... Con mi nombre, apellidos y documento nacional de identidad..., y que no se me olvidara firmar. También he leído, porque así lo he creído entender, unas instrucciones en las que ponía lo que había que hacer, lo que no se me habría de ocurrir ni siquiera pensar, los horarios de cena, misa, silencio y desayuno...; y algunas reglas más de funcionamiento general. Yo ya lo sabía... ¡que no era la primera vez!
Además, en una nota añadida, se excusaba la dirección por no sellar las credenciales. Lo que ya no me ha quedado claro es si era por haber perdido el sello o como protesta por ser utilizado éste como monito de feria. Y es que creo que decía que los peregrinos acumulaban sellos por acumular, por capricho; y eso no les debía de gustar. La verdad es que no he prestado demasiada atención, para entonces se había derrumbado hacía rato la ilusión con la que había llegado. Me esperaba otra cosa, un recibimiento distinto. Quizás tuviera todo esto idealizado, había sido tan hermosa la experiencia pasada, había sido tan especial... Que yo tampoco me quería dar por enterado.
Aunque los hubiese repasado mil veces más, ni que hubiese quintuplicado la intensidad de la fricción con la que ya había rasgado el papel... He querido tomar la iniciativa para advertirles de que yo era un peregrino experimentado y que, quizás, podría echarles una mano; he buscado ayuda con la mirada por si alguien se prestase a sacarme, a sacarnos, a sacarles más bien, de la emboscada... Cada instante que pasaba las cosas estaban más enredadas. ¿Por qué no se enteraban de que aquellos rasgos, que a punto estuvieron de perforar también el secreter, a mí no me sonaban distinto que los signos indescifrables de los jeroglíficos de Tutancamon?
Menos mal que al final ha acudido en nuestro rescate una señora adulta que, aunque con el castellano tampoco daba una, parecía tener más tablas en eso de la gesticulación y de las relaciones humanas. He comprendido a duras penas, tras un sinfín de señales hechas a dedo, que rellenara una cuadrícula que quedaba en blanco en el estadillo... Con mi nombre, apellidos y documento nacional de identidad..., y que no se me olvidara firmar. También he leído, porque así lo he creído entender, unas instrucciones en las que ponía lo que había que hacer, lo que no se me habría de ocurrir ni siquiera pensar, los horarios de cena, misa, silencio y desayuno...; y algunas reglas más de funcionamiento general. Yo ya lo sabía... ¡que no era la primera vez!
Además, en una nota añadida, se excusaba la dirección por no sellar las credenciales. Lo que ya no me ha quedado claro es si era por haber perdido el sello o como protesta por ser utilizado éste como monito de feria. Y es que creo que decía que los peregrinos acumulaban sellos por acumular, por capricho; y eso no les debía de gustar. La verdad es que no he prestado demasiada atención, para entonces se había derrumbado hacía rato la ilusión con la que había llegado. Me esperaba otra cosa, un recibimiento distinto. Quizás tuviera todo esto idealizado, había sido tan hermosa la experiencia pasada, había sido tan especial... Que yo tampoco me quería dar por enterado.
Obrigada por tuas palavras, é sempre agradável ler algo que nos toca o coração.
ResponderEliminarContinua teu espaço é especial.
Boa semana
Abraço
Margarida
"Podría decir mejor, que me sentía Don Quijote rebajado a Sancho Panza toreado, o viceversa..."
ResponderEliminarDescubro en tu relato trazos amables de poesía. Y a veces es así, hay cosas que salen del alma y no podemos controlar.
Me gusta tu forma de narrar, no falta nada: ni protesta, ni ironía, ni poesía... Excelente.
¿Estás haciendo el camino? ¿Lo hiciste hace tiempo y lo estás recordando? Déjame que me sitúe: yo también he pasado por ahí.
Un saludo.
Vaya, parece que compartimos aficiones. ¿Tres meses de camino? Eres un figura, eh. El camino es muy duro, tres meses son mucho tiempo, y eso dice mucho de ti...
ResponderEliminarEn el enlace de más abajo tienes la prueba de que yo también hice camino al andar, el año pasado.
Encantada.
http://lainquietuddelaspalabrasprohibidas.blogspot.com/search?q=con+sabor+a+camino
Sancho Panza tenía lo suyo....jajaja, que hubiera sido de Don Quijote sin él!
ResponderEliminarabrazos peregrino