Por miedo a escuchar de su boca esas palabras que de otras tan bien sonaban, porque estaba seguro de no tener nada interesante que contar, porque quizás le hubiesen convencido, a fuerza de ser repetido, de que no tendría nada que aportar a los demás; porque se creía un cero a la izquierda y un inútil de verdad. Por aquello que fuera así fue, así ha sido, así estaba siendo; por eso mismo, así ya no volvería a ser. Aquella broma del azar; el destino por casualidad. ¿Por no haberse resignado a tragar, no habiendo aprendido a negar? Renegar, odiar..., todo aquello que para su fuero interno estaba de más, pero de lo cual no se podía desprender. Dudo que se atreviera a decirles que no a aquellos mamones que se aprovecharan de su buena voluntad sin piedad... Mientras aún le quedara un poquito de sangre que chupar.
Porque estaba fuera de sí, habiendo huido por enésima vez sin resultados de valor; porque ya carecía de tal para seguir arrastrándose más. Porque, aunque todos deberían de haber sabido en su entorno que era un suicida en potencia a punto de ejecutar la opción letal, nadie se quiso enterar... Diez años derrochados no dejaban ni el más minúsculo resquicio para la redención; diez años amparado por su único dios, el dios Baco borracho y su congregación de solitarios vagabundos, tirados en bancos de parques mal cuidados, causando a su alrededor estragos. Diez años eran demasiados años hasta para su entorno más cercano, tan maltratado por sus desplantes y malos humores. Los más inocentes, como él, ingenuos... Poca gente, los menos.
No concibió otro camino que el homicidio reflexivo; el eco hueco había depositado esa mañana, en sus manos, una cuchilla de afeitar viperina. No la iba a utilizar en esa ocasión para raparse las barbas de más de un mes como acostumbraba. Por primera vez sobrio en la última década ebria, apoyó el filo sobre su muñeca temblorosa con un pulso asombrosamente firme. Y en un instante, un impulso ligero, el corte nítido, el desenlace fatal; se puso a manar de sus venas la hemorragia de rojo metal. Un tajo certero, sin ni siquiera haberse atrevido a mirar; no soy capaz de imaginar la sangre roja brotando del manantial. Un suspiro, y el desmayo subsiguiente, por fin lo había conseguido. Se le iban, con el aliento, en su último suspiro, la vida y los problemas que habría ocasionado lo que le quedase de ella. Él se había atrevido, él lo tenía claro, ¿quién sería ahora el cobarde para esa jauría de valientes que le jaleaban mientras bebiese?; vino a apoyarle el coraje, se ejecutó sin pestañear... No era un aviso, ni una llamada de atención; era sincero y cierto, honesto... Pocas palabras, pero todas certeras... Había dado en la diana, a la primera. Quiso quitarse de en medio pero, por suerte, para su desgracia, alguien había llegado a tiempo. Y yo me alegro de su fracaso.
Porque estaba fuera de sí, habiendo huido por enésima vez sin resultados de valor; porque ya carecía de tal para seguir arrastrándose más. Porque, aunque todos deberían de haber sabido en su entorno que era un suicida en potencia a punto de ejecutar la opción letal, nadie se quiso enterar... Diez años derrochados no dejaban ni el más minúsculo resquicio para la redención; diez años amparado por su único dios, el dios Baco borracho y su congregación de solitarios vagabundos, tirados en bancos de parques mal cuidados, causando a su alrededor estragos. Diez años eran demasiados años hasta para su entorno más cercano, tan maltratado por sus desplantes y malos humores. Los más inocentes, como él, ingenuos... Poca gente, los menos.
No concibió otro camino que el homicidio reflexivo; el eco hueco había depositado esa mañana, en sus manos, una cuchilla de afeitar viperina. No la iba a utilizar en esa ocasión para raparse las barbas de más de un mes como acostumbraba. Por primera vez sobrio en la última década ebria, apoyó el filo sobre su muñeca temblorosa con un pulso asombrosamente firme. Y en un instante, un impulso ligero, el corte nítido, el desenlace fatal; se puso a manar de sus venas la hemorragia de rojo metal. Un tajo certero, sin ni siquiera haberse atrevido a mirar; no soy capaz de imaginar la sangre roja brotando del manantial. Un suspiro, y el desmayo subsiguiente, por fin lo había conseguido. Se le iban, con el aliento, en su último suspiro, la vida y los problemas que habría ocasionado lo que le quedase de ella. Él se había atrevido, él lo tenía claro, ¿quién sería ahora el cobarde para esa jauría de valientes que le jaleaban mientras bebiese?; vino a apoyarle el coraje, se ejecutó sin pestañear... No era un aviso, ni una llamada de atención; era sincero y cierto, honesto... Pocas palabras, pero todas certeras... Había dado en la diana, a la primera. Quiso quitarse de en medio pero, por suerte, para su desgracia, alguien había llegado a tiempo. Y yo me alegro de su fracaso.
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