El reencuentro con más caminantes, dispersos buscando trances; con las mismas dudas, dispersas sus mentes en razones extravagantes. Unos ya veteranos, otros noveles novatos; ¿las mismas preguntas acaso?, ellos aún creían que el Santo les haría custodios privilegiados de todas las respuestas, no se habían dado cuenta de que las llevaban a cuestas. ¿En las suelas de sus botas?; sus botas aún eran demasiado nuevas. Las mías que volverán a la vereda ya desgastadas saben que tan solo son una excusa, que no son tan importantes, una herramienta para que todo acontezca a medida que transcurra lo que fuera que fuese... Con otros compañeros de viaje, todos nuevos, como lo fueron al principio del anterior camino esos a los que ya echo de menos. Por un instante, a ratos; imagino, sueño aunque sé que no será cierto, quiero creer que volveré a encontrarles; entre ese montón de miradas querría reconocer las suyas. Pero hacerlo sería un milagro, o un exceso de entusiasmo por mi parte.
Milagros que anhelo, como esos de los que me hablaba Marta; coincidencias extrañas, relaciones imposibles, energías renovables que nada tenían que ver con aerogeneradores artificiales; soplos de aire fresco, viento de entretiempo. También hablábamos, entre tanto, de albergues extraordinarios y hospitaleros hospitalarios que yo había conocido y que a ella también le habían dejado huella. De Grañón y su iglesia, y de Jose Luis en Tosantos; me suplicó que le diera recuerdos a ese hombre, bueno perpetuo. Y me dijo tantas cosas, y me entusiasmé con su entusiasmo, y vi relucientes sus ojos, más si cabe de lo que en su caso acostumbraban; como otros ojos, muchos otros, que ya habían rutilado delante de mis narices, por las tierras xacobeas.
Entusiasmada, reía y lloraba como una niña, al sentirse por fin comprendida. Me percaté enseguida de su alegría espontánea porque, según parecía, de lo que quería transmitir nada entendían sus amigas. Se quejaba una de ellas, la que le acompañaba, de que desde que regresara, no haría ni una semana, no sabía hablar de otra cosa, que todo este rollo nos convertía en secta. Yo sabía lo que sentía Marta, y comprendía lo que temía su amiga; por eso precisamente yo estoy dispuesto a abandonarlo todo de nuevo para irme a ver lo que encuentro...
No es más que un sentimiento, una sensación, un reencuentro. Por eso le doy las gracias al destino por haber retrasado mi partida, por haberme dado la oportunidad de verme reflejado en otro distinto que hubiese pasado por lo mismo. Por eso ya estoy partiendo y me he despedido de la frutera que a las siete de la mañana estaba abriendo su tienda. Cuando me ha preguntado si me iba lejos, le he mirado con ligera ironía respondiendo: “aquí mismo, a dar una vuelta corta”.
Milagros que anhelo, como esos de los que me hablaba Marta; coincidencias extrañas, relaciones imposibles, energías renovables que nada tenían que ver con aerogeneradores artificiales; soplos de aire fresco, viento de entretiempo. También hablábamos, entre tanto, de albergues extraordinarios y hospitaleros hospitalarios que yo había conocido y que a ella también le habían dejado huella. De Grañón y su iglesia, y de Jose Luis en Tosantos; me suplicó que le diera recuerdos a ese hombre, bueno perpetuo. Y me dijo tantas cosas, y me entusiasmé con su entusiasmo, y vi relucientes sus ojos, más si cabe de lo que en su caso acostumbraban; como otros ojos, muchos otros, que ya habían rutilado delante de mis narices, por las tierras xacobeas.
Entusiasmada, reía y lloraba como una niña, al sentirse por fin comprendida. Me percaté enseguida de su alegría espontánea porque, según parecía, de lo que quería transmitir nada entendían sus amigas. Se quejaba una de ellas, la que le acompañaba, de que desde que regresara, no haría ni una semana, no sabía hablar de otra cosa, que todo este rollo nos convertía en secta. Yo sabía lo que sentía Marta, y comprendía lo que temía su amiga; por eso precisamente yo estoy dispuesto a abandonarlo todo de nuevo para irme a ver lo que encuentro...
No es más que un sentimiento, una sensación, un reencuentro. Por eso le doy las gracias al destino por haber retrasado mi partida, por haberme dado la oportunidad de verme reflejado en otro distinto que hubiese pasado por lo mismo. Por eso ya estoy partiendo y me he despedido de la frutera que a las siete de la mañana estaba abriendo su tienda. Cuando me ha preguntado si me iba lejos, le he mirado con ligera ironía respondiendo: “aquí mismo, a dar una vuelta corta”.
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