martes, 4 de mayo de 2010

Oyón-Nájera (v) (Diez de Septiembre)

En un instante me ha asimilado la fuerza de la naturaleza bruta, y enseguida me he identificado con su energía felina, que ya reconozco propia. Compartida con muchos, suficiente para todos, experimentando, dudando, tropezando... dando pasos sin retorno, sin ocuparme de preocupaciones ni tonterías. ¡Cómo lo echaba de menos...!, que no me importasen las apariencias, ni que a nadie le llamase la atención no mantenerlas; ya he rescatado el gorro que en las travesías locales había mantenido arrestado con frecuencia por el que dirían. Ya no me siento atrapado en el entorno hostil en que se había convertido mi pueblo; ya he recuperado los reflejos perdidos, hoy tampoco me afeito; en pocos días recuperaré la barba de veinte días con la que me siento yo mismo.

Aunque creo que con tanta euforia me he acelerado un poco; creo que he corrido demasiado y creo que tendría que haberme parado en Ventosa. Iban a ser demasiados treinta y cinco kilómetros para la primera etapa; aunque no hubiese dejado de andar en todo este tiempo que había estado parado, treinta y cinco kilómetros serían muchos. Y como no podría ser de otro modo, lo he confirmado en ese rincón mágico que habíamos dejado a un lado la última vez que por aquí habíamos pasado. Porque ya llegábamos cansados, porque ya lo hacíamos tarde, porque quizás no tuviéramos sitio para alojarnos, porque lo único que queríamos era llegar, de una vez por todas, al albergue aquel veinte de mayo que por aquí pasábamos tan acalorados.

Buenas tardes, que tal estáis; una madre y su hijo, se respiraba una relación especial. Él había accedido a acompañarla con una sola condición, ella había aceptado porque, aunque no lo consideraba un medio de locomoción que se adaptara a su condición, lo tenía claro: las ocasiones se cogían al vuelo; cedieron un buen trecho los dos para encontrar el mejor arreglo... En lugar de a pie viajaron en bicicleta y, así, harían el camino los dos. He compartido con ellos un trocito de ese maravilloso arroyo y esa sombra exquisita, bien precioso en un día soleado aunque ya se aproxime el otoño. Y he empezado cumpliendo con el rito adquirido, no iba a cambiarlo tan bien que siempre me había venido; pero al quitarme las botas y meterlas en el río frío me he dado cuenta... Pero a pesar de ello, tras pasar un buen rato, me he calzado, me he despedido de los peregrinos motorizados y he continuado... Al fin y al cabo, el destino marcado estaba a un paso.

De nuevo aquí, en lo que fuera el primer punto de inflexión reseñable del camino anterior. He llegado solo, con la esperanza de encontrarme con alguien, al mismo lugar donde lo había hecho acompañado por varios, con el pesar amargo de tener que abandonarles. Entonces desde Roncesvalles, tras casi una semana de camino sin paradas, sin una ampolla, sin una magulladura siquiera. Hoy desde casa, recién estrenado, novicio experimentado, desde Oyón pero los pies me arden. Hoy aquí, no sé por qué, todo parece distinto, sospecho que nada en este camino va a ser lo mismo. Nájera me parecía distante, cuatro meses antes.

He vuelto a encontrarme con el hijo y la madre, y me han comunicado que el albergue estaba completo y que habían habilitado el polideportivo municipal para alojar a los peregrinos que fuéramos llegando tarde. Tenía que felicitar a Diego porque era su cumpleaños, no sabía si reservar primero mi plaza en el suelo o avisarle a Marta de que ya había llegado... ¿Y si luego se molestara por no habérselo comunicado antes? ¿Y si lo que no le hiciera gracia fuera que me aprovechara de ella? Se me estaban amontonando las tareas y las dudas. ¡Dios mío! ¿Primero qué hago? Primero, mejor sigo caminando un rato y pienso mientras tanto.

1 comentario:

  1. Ya te has puesto el sombrero, te has dejado la barba... 35kms. no es nada para tí, despues de tantos recorridos.
    Quizás este paisaje sea diferente, quizás los pies han reconocido al río!

    Besos!

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