He atravesando la sala, la misma que había sentido mía y que ya me resultaba esquiva, abriéndole hueco a la mochila entre tantísima gente que había; tropezando con todas las aristas, molestando a diestro y siniestro; incómodo por todo y por nada; jodido, y lo peor de todo, sin motivo. Y no me enteraba de nada, porque todos hablaban distinto, y el susurro tornaba por momentos un runrun ensordecedor que, por momentos, me desorientaba. Y he llegado a odiarles y he querido convencerme de que ellos no eran los culpables. Y tengo que reconocer que también les habría odiado si hubiesen sido españoles...
Y he deshecho mi petate sobre la única colchoneta libre; y antes he tenido que pedírsela a un espabilado que quería tener cama doble; y tiene gracia la cosa, porque he tenido que darle las gracias, porque a pesar de estar enfadado soy un tío educado. Y he sacado la toalla del tamaño de una servilleta, de esas que pesan poco y absorben todo, y como no encontraba el jabón natural de trozo me he tenido que volver loco; y por fin he buscado la ducha, oculta tras la multitud. Y me he curado las ampollas, mucho más grandes y rojas. Y en cuanto he podido, he huido de aquel sitio... No recuerdo de mi estampida más que unos ojos hundidos en ese rostro gitano, con mirada cetrina oculta tras unos rizos negros; sus ojos esquivos, que sin embargo miraban de frente, ligeramente caídos, levemente distantes, mezcla de desasosiego y tristeza... No era ira lo que veía, el misterio ocultaba un secreto, y es que aquí nada era lo que parecía..., era una mirada vieja en la que no podía perder más tiempo.
Sin reparar en nada más me he dejado absorber por las mismas escaleras que antes creía que me habían recibido amigas. Para ver si forzando la rutina, para que la rutina me devolviera lo que creía estar perdiendo, para que me arrancara de la pesadilla. He ido a la panadería y allí me ha atendido la cuñada de mi amiga, le he pedido una barra de pan y unas pocas de esas pastas exquisitas, para ver si así endulzaba el día. No he necesitado identificarme, tampoco pensaba hacerlo..., enseguida me ha mirado y me ha reconocido. Me ha reconfortado el gesto, he dejado de repente de sentirme extraño... Y me he reconciliado con la vida por un rato.
Y he deshecho mi petate sobre la única colchoneta libre; y antes he tenido que pedírsela a un espabilado que quería tener cama doble; y tiene gracia la cosa, porque he tenido que darle las gracias, porque a pesar de estar enfadado soy un tío educado. Y he sacado la toalla del tamaño de una servilleta, de esas que pesan poco y absorben todo, y como no encontraba el jabón natural de trozo me he tenido que volver loco; y por fin he buscado la ducha, oculta tras la multitud. Y me he curado las ampollas, mucho más grandes y rojas. Y en cuanto he podido, he huido de aquel sitio... No recuerdo de mi estampida más que unos ojos hundidos en ese rostro gitano, con mirada cetrina oculta tras unos rizos negros; sus ojos esquivos, que sin embargo miraban de frente, ligeramente caídos, levemente distantes, mezcla de desasosiego y tristeza... No era ira lo que veía, el misterio ocultaba un secreto, y es que aquí nada era lo que parecía..., era una mirada vieja en la que no podía perder más tiempo.
Sin reparar en nada más me he dejado absorber por las mismas escaleras que antes creía que me habían recibido amigas. Para ver si forzando la rutina, para que la rutina me devolviera lo que creía estar perdiendo, para que me arrancara de la pesadilla. He ido a la panadería y allí me ha atendido la cuñada de mi amiga, le he pedido una barra de pan y unas pocas de esas pastas exquisitas, para ver si así endulzaba el día. No he necesitado identificarme, tampoco pensaba hacerlo..., enseguida me ha mirado y me ha reconocido. Me ha reconfortado el gesto, he dejado de repente de sentirme extraño... Y me he reconciliado con la vida por un rato.
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