Y otra vez estoy en Grañón; habiendo partido desde Nájera por la mañana y sin haberme detenido al mediodía en Santo Domingo, como en la ocasión anterior; apenas lo justo y necesario para despedirme de Jordi, un joven catalán, viejo amigo recién conocido ya pasado Azofra y que había escogido no continuar conmigo porque prefería darle otra oportunidad al azar; porque quería convencer al destino para que le hiciese un favor... Creo que quería reencontrarse con esa chica israelí que le había hecho tilín.
Y de nuevo, y con ganas renovadas, he recorrido sus calles, hoy con paso firme porque ya era repetidor y mi olfato de peregrino experimentado era mucho más fino que el que se había perdido, apenas haría cuatro meses, en esto que entonces me parecía un laberinto de vericuetos sin destino; entonces un berenjenal. No sé como pude extraviarme en esta Gran Vía de sentido único que me ha recibido con los brazos abiertos... ¿En qué estaría pensando yo? Sin tener que pedir información, he ido avanzando sin mirar, con la seguridad pasmosa del que se sabe ganador, hasta ese parque coqueto, sito en la trasera de la iglesia, en busca de esa puerta estrecha que me diera acceso a la recompensa mejor. Atravesando un pasillo no mucho más ancho, escalando las escaleras pinas sabía que encontraría el descansillo donde, en un rincón habilitado, tendría que dejara las botas. Y desde allí ya en sandalias, directo, me dirigiría sin pausa, subiendo otros cuantos peldaños hasta donde me esperarían esos hospitaleros amables que me agasajarían con sus atenciones... Tenía todo controlado, lo tenía superado... Me sentía un campeón.
Y de nuevo, y con ganas renovadas, he recorrido sus calles, hoy con paso firme porque ya era repetidor y mi olfato de peregrino experimentado era mucho más fino que el que se había perdido, apenas haría cuatro meses, en esto que entonces me parecía un laberinto de vericuetos sin destino; entonces un berenjenal. No sé como pude extraviarme en esta Gran Vía de sentido único que me ha recibido con los brazos abiertos... ¿En qué estaría pensando yo? Sin tener que pedir información, he ido avanzando sin mirar, con la seguridad pasmosa del que se sabe ganador, hasta ese parque coqueto, sito en la trasera de la iglesia, en busca de esa puerta estrecha que me diera acceso a la recompensa mejor. Atravesando un pasillo no mucho más ancho, escalando las escaleras pinas sabía que encontraría el descansillo donde, en un rincón habilitado, tendría que dejara las botas. Y desde allí ya en sandalias, directo, me dirigiría sin pausa, subiendo otros cuantos peldaños hasta donde me esperarían esos hospitaleros amables que me agasajarían con sus atenciones... Tenía todo controlado, lo tenía superado... Me sentía un campeón.
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