lunes, 7 de junio de 2010

Tardajos-Convento de San Antón (ii) (Quince de Septiembre)

Aunque ni siquiera mi camino me pertenezca, y aunque encuentre tantas dificultades para no perderlo a menudo, algo me impide soltar el de otros, el de las personas que me importan, el de los seres a los que quiero; el suyo en concreto... Y no soy el único, por lo que he visto... Aunque disimulen, mirando hacia otro lado, todos hemos mirado hacia el mismo sitio. No podíamos dejar de prestar atención, por el rabillo del ojo o lanzando amagos furtivos que no fueran delatados por el objeto de nuestros desvelos; dos han sido los sujetos vigilados, los dos sujetos han sido ellos. Era nuestro Camino, acompañados o en solitario, siempre compartido... Pero por un momento me he sentido rechazado, como igualmente se ha sentido el resto del grupo; quizás no debiera, seguramente que no hemos debido, pero es lo que me ha salido de dentro, es lo que creo que a ellos también les ha ocurrido... No hemos podido controlarlo y a duras penas hemos logrado mantener la compostura adecuada. Como si quisiera entrometerme en sendas ajenas, en terrenos que sabía prohibidos... Sin quererlo, porque no quería, pero me estaba molestando el cariz que estaba tomando lo que estaba experimentando. ¿Compartir o repartir cachos...?, en ocasiones como la de esta mañana me siento extraño.

Y eso que habíamos empezado la jornada como venía siendo costumbre, muy tarde; a mí me gustan las madrugadas pero me estoy habituando a demorar, entre despedidas debidas y deseos sinceros, las partidas... Porque eramos gente educada; pero, sobretodo, porque mis compañeros son unos entes remolones a los que atrapa en sus camas la pereza de la alborada. Creo que eran las ocho y media cuando partíamos el domingo del albergue de Tosantos; y hoy a las nueve y pico aún estábamos bajo el pórtico del de Tardajos intercambiando correos electrónicos y besos con los hospitaleros de turno... Ha merecido la pena, Ernesto y Alicia han sido dos de esas sorpresas extraordinarias que uno se encuentra de vez en cuando...; nos la había deparado el final de la etapa pasada. Abrazos y buenas palabras; mimos y carantoñas. Imaginaciones fugitivas en busca del misterio. Por fin, habíamos sido capaces de comenzar otra caminata; por fin, a pesar de los esfuerzos por no comenzarla.

Pero hemos vagado desperdigados, porque teníamos la atención cautiva. Algo, o todo, ha debido de tener que ver con esa niña hermosa. A él ya le había robado el corazón anoche y, por eso, ha caminado todo el día de prestado. El nuestro también lo ha ido conquistado con su espontaneidad fresca, y no hemos podido evitar regalarle nuestros cuidados. Interponiendo una distancia prudente, por si acaso, por respeto a nuestro amigo del alma... Exhibiendo la falta de interés con los amaneramientos suficientes para no romper sus intimidades... Robándoles, si soy sincero, en exceso mi presencia y mi amistad; sospecho que no han sido ellos los culpables de que no habláramos hoy igual. Todos atentos a lo que pudiera pasar, pendientes de nuestro amigo bretón... Pendientes, más bien, de la melena rubia que adornaba esos dos ojos azules intensos que iluminaban una cara de porcelana; aún enmarcada en una sonrisa traviesa, plena de inocencia ingenua. Dieciocho años nada más, que caminan con dos siglos y medio a su alrededor; entre los seis sumaríamos incluso algún año más. Porque definitivamente se ha unido Denis y porque ha vuelto a aparecer Mónica, como siempre, sin saber como ni por qué; excluyendo Fernando, componíamos una asamblea de cuarentones deslumbrados por una centella joven... Gracias a su presencia apenas pasaríamos el siglo... Que se lo pregunten a nuestros corazones.

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