lunes, 30 de mayo de 2011

Treinta de Mayo de Dos Mil Once

¡Claro que merece la pena...!

Abrir, de par en par, las puertas y soportar, sin orgullo, el dolor con que chirrían sus goznes; engrasar las bisagras que yacían oxidadas por el recuerdo impuesto, farsante incauto, de la memoria ácida de las grandes mentiras disfrazadas de verdades. No te fíes, no confíes en la gente, te harán daño; que no te quepa duda; era la consigna. Y no se lo digas a nadie, la ropa sucia se lava en casa; la casa contraída en granos, espinillas purulentas, de aromas varios; varios olores putrefactos. Dolorosos y sufridos quistes de llantos no vertidos, por el encantamiento del desencanto. Desencantos. Me pregunto; de todos los que contamos... ¿Cuántos fueron realidad? ¿Cuántos? Cuantos fracasos recreados, por creencias en espantos anticipados.

No tener miedo al pánico que antaño me amarrara al ridículo embarazoso, acompañante y duro custodio; cuando el rubor hacía que se resintiera el patético payaso, fuera de lugar en otro circo distinto, en el que los artistas eran lobos disfrazados de corderos. Hombres serios que se nutrirían de mi inocencia y fantasía, de mi espontaneidad y naturalidad divina; hombres serios, y recelosos de su intimidad turbia, de sus prostíbulos ocultos. Aquellos usos protegidos me salvarían de la ruina, me protegerían de los abusos de muchos, de casi todos que no fueran reclusos de nuestro confín obtuso. Según me habían contado,refugiados en en la oscuridad de la familia, del clan, de la secta ruin pero civil, todo era... Todo debía ser así. Punto en boca; a sus palabras que no se opusieran otras.

La agresión que, continuamente, ejercí sobre mis pasiones; faltó éste que tanto se quejaba a la compasión, aquella que lamentaba ausente, procedente de los demás hacia sí. El dedo inquisidor que censuraba la espontaneidad susurrada por el amigo invisible ya no tiene que hacer nada. Ya no tienes nada que hacer, deja de indicar y calla; observa tú quizás, la daga, la que lanza el arco de la presencia total; aquí está mi pedestal, debajo de mis pies, enraizados y seguros.Dentro de sí, para compartir con los que consigo quieran integrarse; o desintegrarse... ¿Quién sabe ni sabrá? No temeré que por cualquier corriente de viento, tan absurda como fortuita, se me constipe la gripe, permitiré al virus de la irracionalidad contagiarme la razón; estornudaré sin parar, para extirpar mi ruin estima del paladar; degustaré el sabor de la hiel, sin recelar, por lo que dicen que la hiel es.

Corriente, como el escalofrío o la descarga de electricidad; ordinario, ordenado por el viento vital que día a día, sin vaticinar jornadas por no llegar; más allá del ente normal, o más aquí, quizás. Tras la norma se oculta la incapacidad para ser libre, ser libre no es algo que incumba a los demás. Más allá de solamente pararse a pensar. Actuar, para dejar de obrar, para... Para, que me vuelvo a liar. Sin aversión, recorrer las aventuras, más allá de las piedras; confiar en las personas, más allá de las apariencias, corbatas, zurrones; o grandes o pequeños melones; verdulera es la que vende verduras; ¿quién le habrá impuesto otras razones?. Una oración sutil que me ha pillado a traición; ¿lo ves?, empiezo a sentir que no debía de ser tan malo el Judas aquél; tampoco recuerdo ahora quién fue quién traicionara a José. El caso es que los vehículos son mejor considerados cuanta más traición les avala; perdón he querido escribir tracción. Por algo ha de ser. ¿Qué es?

Y de repente me sorprendo, compartiendo el latido veloz de mi corazón con el suyo; y a la vez, fundidos, siendo uno, con otros muchos otros. Y siento que sólo no voy a ningún lado, sino a sortear, tras uno, otro contratiempo; obstáculos en vez de tientos; en tentar la suerte está el secreto. Los míos no eran perfectos, y los otros no eran unos patanes irredentos. Me pesaban las ataduras, es difícil avanzar a una, cuando es una la única que arrastra, y muda; autoridad y hartura. Me pesaba el nudo y la presa de tantas certezas. Mejor compartiendo, sumando; haciendo magia integrando, la luna está en mis manos. Todo fluye, es estupendo. Todo abstracto, nada concreto; absurdo cada desencuentro. Personajes distantes, de la otra parte del mundo. Un montón. Uno, dos, tres; el abrazo, el colofón; la reunión.

Recuerdo, esa misma sensación; cuando, escalando, llego al punto más alto; y un grito se desgañita para soportar la adrenalina, gritando "Reunión". Recorre mi espina dorsal y se dispara hacia no se que lugar, allá arriba, aquí abajo, ahí afuera, acá, muy adentro. Tocando o sin tocar; ¿tocan las manos nada más?

1 comentario:

  1. Desconfianza,
    Ridiculo,
    Aceptacion,
    es asi como llegamos a la Libertad, y vemos que la suma es posible y real.....
    Ya sentimos.
    Permitimos que las cosas sean exclusivamente lo que son.

    Cada instante es justo , perfecto!

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