jueves, 11 de marzo de 2010

TRISTE (Vigésimo cuarta etapa)

Al salir de casa lo tenía claro, un mes había sido lo estipulado; aunque haya olvidado los argumentos que cuadraron las fechas, alrededor de treinta y tres días serían suficientes. También había fantaseado con otras opciones, me habían seducido propuestas varias, prolongar la aventura un par de meses, por ejemplo... Se había convertido en mi cantinela de despedida preferida; ni se cuantas veces repetida:“¡qué bueno si en vez de dos, fueran al menos tres o cuatro! La mejor noticia, pregonaba por entonces, sería que durara más de medio año. Ahora, treinta etapas me resultan muchas.

Continuar caminando se había convertido en una droga peligrosa; día a día, dura y dura, como las pilas que anunciaba aquel conejito rosa. Caen los kilómetros por condena, apoyados en la rutina perpetua de no osar dar la vuelta; tantas lecciones grandilocuentes tiradas por el retrete, tanta filosofía barata... me costaba practicarla. Estoy convencido de que tengo que amordazar a la razón, pero el corazón no se acaba de convencer, parece que le viene grande la función de “cicerone"; en estos tiempo no tiene cabida la poesía. ¡Cuatro semanas exactas!; no estaría mal, un ciclo lunar completo; ya hasta las excusas místicas empezaban a sumar en mi contra. Habiendo estado parado un día en casa, veintiocho daba un resultado extraordinario... Porque llegar el 12 de Junio a Santiago habiendo salido de Roncesvalles el 16 de Mayo no estaba al alcance de cualquiera.

Y es que las prisas también fluyen por mis venas... También fui educado para hacer las cosas a la carrera, me enseñaron que la demora era enemiga encarnizada de la eficacia; antes de acabar la orden, la orden tendría que estar ejecutada; y si no hubiese labor habría que inventarla para seguir,aunque fuera en movimiento falso. El recorrido estaba impreso en mi memoria, lo había medido hasta la extenuación sin reglas, palmo a palmo, es algo innato, incontrolable. Yo que rechazo las normas...; pero hay que cumplir un calendario, esa agenda que rehuyo me tiene abuducido para completarlo. Me empeño en remediarlo pero si lo hiciera sería un fracaso anunciado por adelantado. Me cuesta no ser el primero, y me cuesta no competir con el otro; para liberar mi cabeza de razones tendría que forzar otra pausa... Pero la pausa, en mi caso, sólo afectaría a las botas.

Me va a resultar complicado tomarme el camino con calma estos días que restan; esta vez tampoco seré capaz de concederme el tiempo y silencio necesarios para hablar con las piedras. No sería el primer proyecto abortado por no tener al final paciencia; aquí también me apremian las urgencias; sin importancia, imaginadas, falsas... Casi siempre, cuando estoy a punto de acabar algo, más de lo mismo; las calaveras del infierno me imponen sus cadenas y me aceleran; ¿por qué no soy capaz de evitarlo? Por dentro, tras esa tranquilidad aparente, se revuelve una fiera inclemente que atosiga al sosiego fingido. Un ser exigente, maldito orgullo malherido; yo que ya creía la misión conquistada, pero aquí continúa agazapada, oculta bajo la corteza que proporcionaba la comodidad prestada. Se rebela virulenta presentando su batalla cruenta. Iba a ser verdad... No habían cambiado tanto las cosas...

Menos mal que el tiempo revuelto ha venido a rescatarme... Gracias señor, por esos nubarrones negros que le han bajado los humos a mi flojera; a mí me habría costado horrores. Muy a mi pesar, Barbadelo ha sido el final, 22 kilómetros y ni un paso más... Un albergue aislado de cualquier atisbo de civilización; al menos, esta ha sido mi impresión. Y, además, alrededor nadie tiene ganas de hablar, no hay quienes para tal; sobran las carcajadas estruendosas, y hasta la más ligera sonrisa; ni siquiera un suspiro ligero, el susurro silencioso retumba en mi cabeza; ruidoso y fiero. Echo de menos a todos los que he conocido en el camino.... ¿Dónde estarán en estos momentos todos y cada uno de ellos?

¿Dónde pararía Ceci? ¿Y por dónde andaría Eny?; he querido imaginarlas a la par de Enrique... Ya sabía que Aarón y los otros me llevarían casi una jornada, porque las mías últimas estaban siendo cortas, y las suyas, sin embargo, largas. Empezaba a sentirme triste, arrepentido de haberlo forzado todo, porque me había quedado solo; me gustaría volver a verles pero sabía que ya no sería posible. Un mensaje de Ceci ha confirmado mis temores; no había podido resistir el hastío y le había enviado el mío... Ellas están en Hospital de la Cruz, a más de 30 kilómetros de aquí. ¡Resignación!, al fin y al cabo, aunque me joda, no he sido más que otro “turigrino” perdido en un Camino Divino.

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