jueves, 4 de marzo de 2010

UNA PAUSA (Vigésimo primera etapa)

Una pausa, para encontrar respuestas que no busco; para dejarle vía libre a lo que tenga que llegar; para imponerme escuchar, para exponer las miserias a la luz del misterio que aún no soy capaz de entender, para conversar. Había que bajar despacio, evitando volar; con pasos cortos y frecuentes, como si fueran escalones apretados de una escalera de tijera sin final. Muy atento, sintiendo la firmeza de cada paso, y los tobillos siempre bien dispuestos. Quien corre pierde apoyos, las prisas traen tropiezos, si no fuese flexible me vencería la pendiente; una pausa que no es parada. Un instante de atención entre cada peldaño, fiado a que exista el siguiente... Si impulsara unos cuantos de repente, seguro me desmoronaría; si no fuera en este momento, en jornadas venideras...

Nos habían advertido, por activa y por pasiva, sobre la dificultad que entrañaba la Cruz de Ferro; sería una escalada muy dura... No habría que ser muy listo para adivinar sus consecuencias; lo que se sube, de un modo u otro, tarde o temprano, hay que bajarlo,... Descender mil metros de desnivel en tan pocos kilómetros, no habría de ser para menos, por lo tanto. Había conocido a unas mujeres en Rabanal, pero les había perdido la pista en Foncebadón. Durmieron en Ponferrada, no debieron caminar despacio. Lo habíamos comentado cenando, pero no quisieron hacerme caso... Por suerte terminaba hoy su odisea, aquí en Villafranca del Bierzo; aquí completaban sus vacaciones de una semana y aquí habían previsto acabarlas... Una de ellas, al menos, tendrá que coger la baja... Tiene su rodilla destrozada, ahora se arrepiente de su osadía y su sordera. Lo siento, el que avisa tan solo avisa.

Pero no hay tiempo para escuchar, oímos y poco más; ni siquiera para sentir, porque hay que llegar; y al llegar hay que descansar, agotados como solemos estar. Nuestro propio cuerpo y los demás, y unas orejas enceradas para la ocasión... Sé que, a menudo, mi cuerpo me quiere hablar, pero parece un extranjero más... la distancia entre nuestros lenguajes no nos permite más que chapurrear. Rafael, el suizo al que conocí ayer y con el que había compartido una tarde fértil, tenía razón... Todos sabemos que hay que andar, y visitar parajes sin cesar, y ver cada piedra del monumento aquel, y sufrir un montón; pero eso, del Camino, era la mitad; de la otra mitad decía que pocos se querían enterar... Una parte desconocida era pararse a conversar... conversar con los demás peregrinos, también en el destino; conversar con uno mismo, mientras se recorren sendas y precipicios. ¿Tal vez, conocer al desconocido que haya recibido la llamada conmigo?

Menuda emboscada, Valtuilla de Arriba; creo que así es como se llamaba ese pueblo por el que he pasado y que no aparecía reflejado en mi guía. Yo había seguido puntualmente cada flecha amarilla hacia mi objetivo y aún así me he equivocado; luego me han explicado que muchos peregrinos caíamos en la trampa de un par de espabilados que hacían negocio con nuestros desatinos. Había programado una etapa corta, porque las dos anteriores habían sido muy largas; ésta ha completado un trío endemoniado. Hasta Villafranca del Bierzo, lugar con privilegios añadidos para los lisiados, aquí se puede retirar el peregrino lesionado con la misma recompensa que el que llegue sano a Santiago. Tambien recibirá “La Compostela”. Quizás yo pudiera pasar por uno de ellos después de casi 120 kilómetros en tres días de pateada.

A veces me siento atrapado... por la parada que me impone carreras sin parar, y por la que me obliga a entretenerme sin pensar; la pausa que así me ata, una u otra, no debe ser tal. Para reflexionar, para escuchar, para pensar, para dejar de hablar, para ya no pensar; para pelearse con la propia sombra, para darme cuenta de que ahí está. Conmigo mismo, apenas un desconocido encerrado en los espejos de los escaparates que evito, ¿un reflejo que no me devuelva otra falsedad?. Para hacer una reverencia al más allá, conversar requiere un interlocutor locuaz... ¿Necesitaría una pausa, de verdad? Paso de usted, adiós mi buen charlatán.

Había vuelto a llegar... Perro y gato, casi a la vez..., jugando como tenía que ser... ¿Con quién si no?; yo, con otra tormenta que amenazó pero, para mi fortuna, no golpeó. La última litera, en realidad un colchón; porque delante de mi venían tres y les faltaban dos, porque había adelantado a otro... Si aceptase dormir sobre el suelo, en el pasillo, sería para mí... He aceptado de buen grado, porque soy un peregrino que no exige, lo que me ofreciesen estaría “requetebien”. ¿Y el que llegase detrás...?; el que llegue detrás ya se verá.

¿Detrás, quién? ¡No podía ser! Él ha aceptado también, en el suelo y sin colchón; tal vez en el comedor. Por fin le iba a dar uso a la esterilla con la que había cargado sin motivo todo el recorrido. Menos mal que no me había deshecho de ella... ¡Qué bien! Un abrazo amigo, bienvenido... Esta vez, si puede ser... No te vayas sin avisar.

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