jueves, 10 de junio de 2010

Tardajos-Convento de San Antón (v) (Quince de Septiembre)

El cubano de nacimiento al que, desde crío, sus padres habían querido regalarle la nacionalidad estadounidense, supongo que velando por que no fuera un desgraciado rodeado de la pobreza en la que habría nacido. Desde que ha comenzado nuestra aventura conjunta me habían venido a la cabeza dificultades y problemas, casas en ruinas y mucha miseria; otra mecha, que no había encendido, en su caso, una borrachera; una hoguera propagada, en esta ocasión, por la desidia y la inmundicia. Unas buenas cogorzas, iba yo pensando, habrían acabado posiblemente con las penas de aquellos cubanos que atravesaron la frontera en pateras, jugándose la vida por alcanzar el sueño americano y los perros atados a las farolas con longanizas. Aunque sólo hubiese durado lo que durase la travesía, no habría estado mal verse poseídos por los efectos del diablo ebrio para librarse del peso de las penurias.

Me habría gustado encontrar la rebeldía surcando su tez morena. Y a mi pregunta sobre el origen de sus arrugas curtidas..., la estrella blanca que jalona la que he supuesto la bandera de su alma, como respuesta. Le había imaginado tatuando su Cuba libre en su frente rala, debajo del único mechón superviviente del flequillo frondoso que habría librado batallas heroicas contra la calvicie. Me había ilusionado por compartir mis pasos con un rebelde porque sus patillas revolucionarias rebasaban con creces la barrera desde donde la melena cede su nombre al bigote... Iba yo cavilando todo esto y, mientras tanto, escuchaba de fondo el runrun de su voz pausada, arrastrada y calma, que a la vez me iba hablando y contando historias. Como si en cada instante fuese armonizando el sentido de las distintas conversaciones que iba trazando con el tono patrón que diera el diapasón que debía de llevar en su garganta. En equilibrio completo y total armonía, la danza perfecta, su lengua iba acariciando en su dentadura la tecla que le diera a cada palabra la entonación idónea. Me iba contando cosas... Y mis pensamientos concluían al final de cada una de sus coreografías léxicas que todo esto había ocurrido hacía muchísimos años. Hablaba un buen castellano con acento, más que sudamericano, californiano. Denis ya rondaba los cincuenta, bien pasados...

Aunque no le deseaba ninguna desgracia, habría querido que todo lo suyo fuera distinto, pero el señor de cabellera escasa que hoy me había tocado en suerte no se había pintado nunca su cara de azul, blanco y rojo para protestar por nada; ni siquiera para disfrazarse de mago cautivador, como lo hiciera Ana. Habría querido..., y había creído tantas cosas al principio..., pero escuchando su voz, a la vez tenue y grave, perfectamente modulada, ya no he querido saber nada más de otras libertades... Y he continuado escuchando a este hombre, ciudadano del mundo, cuyo mayor dilema no era hondear una u otra bandera.

2 comentarios:

  1. Hola Peregrino cudadano del mundo interesante.
    Mundos dentro de otros mundos.Como los caminos...
    Risoabrazos

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  2. Hay gente que oye sin escuchar,,, la escucha abre circuitos en el corazón que se conectan con el entendimiento.( o al revés?)

    abrazos Karu!

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