sábado, 13 de marzo de 2010

EVA Y MANUEL (Vigésimo quinta etapa)

Thomas estaba enfrente de mí, sentado en un taburete, apoyado sobre la barra, compartiendo con otra gente charla y café con leche. Le he visto, desde el principio, por tercera vez; tan distinto, tan distante del primer día aquel; en Roncesvalles tan arisco, tan urgente, hoy tan amable y paciente. Algo le ha tenido que suceder, este camino no deja de sorprender. Y por delante de la puerta pasaba Jurguel... Despacio, como siempre a su tran tran, aunque cansino, eficaz; hemos ido coincidiendo a menudo desde Grañón, cruzando nuestros caminos de vez en cuando; yo con mi tranco impecable, él con sus huellas cojas... Arrastrando desde el principio su lesión en el pie. No sé qué sería lo que yo tendría que temer; según parece, lesionado se puede llegar también. Hoy será él quien me espere a mi en Portomarín. Sólo me faltaba Castel para formar mi trío de alemanes asignado; a saber dónde estará..., al ritmo que iba, a punto de llegar. Distintas formas de ser, de acontecer, de manifestarse, de aparentar lo que posiblemente no es.

Eva, otra vez; y ha llegado con Manuel. Así se llamaba el chico que le acompañaba también ayer; por fin me lo ha presentado, por eso me he enterado. Me ha dicho que su nombre, en hebreo, significaba “El poder de Dios”; me ha impresionado su condición. No me ha extrañado que llegaran juntos, me resultaba embarazoso el encuentro porque unos cuantos kilómetros antes había tenido que recortar mi paso para evitar alcanzarles. Para que se alejasen de mí lo suficiente, para no molestarles; para no sentirme, ni hacerles sentir obligados; para no cortarles la buena disposición patente. Tenía que dejar la distancia suficiente para que mi presencia siguiese estando, para su foco de atención, ausente. Se habían añadido al camino, justamente, no más de cien metros por delante; salían del albergue de Ferreiros enredados, y muy acaramelados. Me había entretenido mirando entre las ramas de los árboles pájaros inventados.

Etapas cortas, de pocos kilómetros, no más de veintitrés... Para sentir mejor, para no correr, para no avanzar por avanzar; para tener tiempo de reflexionar, y para observar. Porque si no ralentizase el paso no escucharía jamás, porque no se daban los milagros andando a un paso normal... Creo que quería decir que mi paso no era el de verdad. ¿Para qué me iba a mojar sin necesidad? Los sabios lo eran por saber esperar, y aprovechar la ocasión; según parece, la paciencia sería la primera lección que tendría que aprender aquí. Aprovecharía los intervalos para continuar; hemos estado más de una hora conversando en el bar, los tres; al final muy a gusto yo también. “Estás obsesionado con lo que tienes y no tienes que hacer, te estás encerrando en tu caparazón; abre tu corazón y deja que sea el Camino quien te recorra a ti. No hay dos sin tres, nos volveremos a ver...”; así se ha despedido de mí, Manuel.

Hasta media hora después no me he marchado yo..., para no correr, para que ellos lo pudieran hacer; caminaban lentos y no quería alcanzarles otra vez. Pensando, dándole vueltas a la cabeza... Según Eva, Manuel y yo eramos las dos únicas personas, en los tres Caminos que había hecho, que le habían sorprendido, decía que para bien. Era un chico majo, a ratos parecía prepotente, ¿lo tendría claro o sería un cuentista vidente? Hace falta coraje para pararse, cuando los pies te piden seguir avanzando sin compasión... ¿Por qué tendría que esperar? ¿Por qué tener que alargar un camino que me invitaba a llegar? ¿Para que me iba a alojar en Portomarín?, ¿por qué en Gonzar o en Hospital yendo fenomenal?. ¡Yo quería, y además podía, ir a más! No me volvería a ocurrir como en la vida real, no iba a obligarme a fracasar; ¿pararme para no triunfar?, no me excusaría en excusas para no acabar. Hay tanto que ganar; ¡y tantísimo que perder...! Mi lema, a partir de entonces, iba a ser “arriesgar”... ¿Y si no hubiese sitio en el albergue de ese pueblo qué? Si así fuese en el pueblo siguiente, tal vez.

He llegado mucho más allá de lo planeado. Totalmente empapado pero acompañado por Marta, una chica checa, de ojos azules impresionantes y cabellos rubios letales; había empezado para un mes, y ya llevaba tres parándose en cada rincón del camino que le llamara la atención. Con ella, me he enfrentado a la tempestad, más bien calabobos vacilón. Ayer había claudicado a la dictadura del terror, el pánico me obligó a quedarme en el albergue más facilón; en aquel albergue, perdido de la mano de Dios me había aburrido como una ostra vil; me conjuré con mi mala sombra por primera vez: no volvería a ocurrir. He vuelto a disfrutar chapoteando bajo el agua en el último tramo en compañía feliz, y las botas ya se están secando al lado del radiador.

Por cierto... ¡Treinta y cinco kilómetros! Y a quien no le guste, que deje de mirar.

1 comentario:

  1. Obrigada Fazedor de sonhos.
    É muito bom ler a tua escrita, transporta-nos para os locais que descreves. Não pares segue em frente...
    Muito sol em teu caminho.
    Beijo
    Margarida

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